Remiendos zurcidos
Solían ser aquellos que nuestras madres aplicaban al
vestuario que así lo precisaba. Unas veces en forma de coderas y las más en
forma de rodilleras. Las telas, por buena calidad que demostrasen, acababan
siendo pasto de los excesos de los juegos
y en la mayoría de las ocasiones la excusa salía de nuestros labios para
evitar males mayores. Cada quien tenía una parte de su anatomía proclive al
desgaste del vestuario y nada más adquirir la prenda comenzabas a augurarle el
desgaste por susodicha latitud. Daba
igual que fuese tergal o tela vaquera; al pasar de los meses, la erosión se
producía sin remedio. Y era entonces cuando echábamos manos de la sapiencia
costurera para devolverle la cara de nuevos a lo que ya no lo era. Por eso, y
supongo que por la edad, vamos estoy por asegurarlo, no me deja de sorprender
el hecho de ver cómo se cotizan al alza las prendas que en el ayer ya lejano
habrían acabado en el costurero o en las aspas de las tijeras antes de ser
convertidas en trapos. Marcas de tronío se encargan de deshilachar, rasgar,
trocear, triturar, desteñir, todo aquello que acaban de parir para darle un
toque de modernidad que a todas luces se impone. Rodillas al aire compitiendo
con franjas oreantes de perneras menesterosas enfundando cuerpos en aras de la
modernidad. Roídas pantorrillas luciendo un look de modernismo absoluto en la
no tela por la que se ha pagado y de la que sentirse orgulloso. Es
comprensible, genial, plausible, el hecho de manifestar la pertenencia a una
generación en base a lo que esa misma generación impone como moda. Es loable el
deseo de alguno que se niega a envejecer al vestirse de tal guisa intentando
arrastrar una partida de nacimiento que no le corresponde. Sería deplorable el
hecho de seguir plantados en una moda inamovible para asegurar nuestras propias
inseguridades. Pero de ahí a lanzarse a
la búsqueda del mayor de los harapos y estar dispuesto a pagar por ello lo que
la batuta del diseñador decida, hay un mundo.
De todos modos la contradicción suele viajar de la mano en cada uno de
nosotros y en algunos casos incluso en los bolsillos. Así que si me da por
revolver en los armarios y encuentro alguna prenda de aquellas que no llegaron
a pasar por el reciclaje, espero que me sirva.
Ponérmela o no ya dependerá de el
arrojo que en ese momento me asigne el deseo de ir a la moda o no. Sea como
sea, aquellas prendas ya cumplieron con su misión, y unas manos cargadas de
ternura intentaron que no se notasen los desperfectos zurciéndolas gustosas a la luz de las tardes.
Jesús(defrijan)
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