viernes, 30 de mayo de 2014


      Las cerezas

Había llegado con el paso cansado que los años frenaban y su vista desvió la básquet en el que dormían. Una primera ojeada la lanzó desde el papel que la responsabilidad le había adjudicado desde hace años y la razón empezó a calibrar pesos sobre los que decantarse. Echaba de menos el apéndice que solía ejercer de cola del cometa en el que acababa convirtiéndolas en el tránsito infantil que tantas veces evocaba. En ello estaba, ajena a la melodía programada, cuando comprobó que entre ellas, aquellas se hicieron hueco. Lucían por parejas desde el rojo subido que hablaba de florecimientos en otras latitudes y viajes incógnitos. Sabía que en aquel valle que acompañó a su niñez, otros rojos estarían tiñendo de belleza a la primavera que se mostraba en todo su esplendor. Recordó los hurtos que acompañaron delitos infantiles huyendo de la vigilancia que la conciencia extendía y cómo el ritual previo al sacrificio pasaba por la exhibición ornada de los sonidos más bellos. Allí se mezclaban los primeros besos robados a la osadía y su nombre tomaba forma.  La inmovilidad que manifestaba frente a los estantes vino a verse acompañada por la sonrisa que humedecía su rostro. Y entonces, repudiando los corsés de la conveniencia, tomó aquel par entre sus dedos, los colgó de sus lóbulos, se acercó a la luna recién desempañada y haciendo caso omiso a las risas camufladas de quienes la tomaron por loca, pronunció su nombre y alargó dos besos. Si hoy, o en durante esta primavera, tenéis la fortuna de cruzaros con ella, no preguntéis por su estado de ánimo. Ya habréis adivinado cómo ha vuelto a rejuvenecer a los años en los que el pudor dejó paso a la pasión y la insensatez se vistió dicha.        

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