jueves, 6 de junio de 2019

Juan T.
Heredó el estilo y en ello sigue. Desde su mirada puedes percibir cómo la verdad se trasluce y el deseo de agradar se hace presente a la mínima oportunidad. Del nombre del local se descuelga un interrogante incrédulo al finiquitar la primera visita. No, nada de lo que dentro sucede, aportará frío trato. El frío lo reservará a los vidrios que reposan brevemente en el sarcófago acristalado. De allí, como si de un alquimista se tratase, Juan hará gala de dominio sobre la piedra filosofal del saber estar y cumplir convenientemente. Cuatro elementos esenciales sobresaldrán de entre los matraces de este laboratorio. Viajarás de la piara a las olas, de la siembra al molde horneado y todo tendrá como finalidad el dar cumplida cuenta a tus ansias gastronómicas. Puede que a modo de reto, al acabar la degustación, las tres monedas tintineen entre las yemas de tus dedos buscando en ti al seguro perdedor. No, no busques explicaciones; perderás y seguirás sin entender dónde estuvo escondida la clave. Harás hueco para las burbujas que el limón agita y sonreirás ante la inminente aparición de la soñada orejona aún no venida. Sabe que del blanco se prismatizan el resto de los colores y en ello sigue. Cabalgará las cilindradas cuando las grupas pidan reposo y seguirá contando con la fidelidad de los exploradores que le hemos ido llegando a través de los tiempos. A nada que el sol amenace, él, se vestirá de abanderado y abrirá las alas para que las sombras reinen. Dentro de un rato, volveré a retarle , volveré a perder. Volverá a ser la sempiterna derrota que cualquier cucaracha chupitera aliviará a modo de consuelo. Si mi suerte cambia, os lo haré saber. Si así fuese, siempre me quedará la duda de si se dejó ganar por pura cortesía. Conociéndolo, no me extrañaría lo más mínimo.

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