sábado, 1 de junio de 2019


Loren-Lu
Hace unos días la casualidad hizo que me llegase la noticia del cuadragésimo aniversario de la Loren-Lu. Cuarenta años, nada menos, desde que viese la luz y se convirtiera en faro orientadora de quienes buscábamos puntos de encuentro a través de la música. Y como si de un retrovisor se tratase, el reloj comenzó a caminar hacia atrás. Apareció el pasillo que desembocaba en la taquilla. Y a la derecha el guardarropa. Y nada más entrar, Tonín, daño pasos de aquí para allá recogiendo vasos y desaguando hielos. Y a todo lo largo, la barra, desde la que José te retaba al primer medio de la tarde. Más a la izquierda, la cabina. Unas veces Mariano y otras veces Jesús, dando paso a los sonidos vibrantes de la música disco devenida del soul. Luces que bombardeaban a la esfera de cristales que de cuando en cuando se abría hueco hacia el porche del fondo. Pantalones campana y remoloneo sobre la pista formando corros a modo de cercas limitadoras. Venidos de distintos rincones llegábamos con las ganas de divertimento y dábamos por bien empleadas las cincuenta pesetas que permitían el paso. De cuando en cuando, alguna petición, y el pinchadiscos- lo de dj, vino luego- accediendo a hacernos felices durante los tres minutos y medio de duración. A modo de pausa, las lentas. Intensidades de luces bajando, estribillos que declaraban amores eternamente fugaces o milimétricamente duraderos. Colillas ígneas aportando el toque a modo de incienso y los asientos de escai solicitados como puestos de reposo y espera. Las escaleras abarrotadas y al final de las mismas el balcón en penumbra que guardaba silencios como testigo mudo de cuanto allí se cocía, nunca mejor dicho. Más pronto que tarde, la música viró. Y con el tecno viraron también las formas de entender de una generación que se veía arrollada por la vorágine de la novedad. Poco a poco se fue dejando paso y mientras ese epílogo llegaba, la madrugada nos prestaba a Alubias o a Mariano para regresarnos. Un día más, una tarde o noche más, habíamos sido partícipes de aquel aquelarre que en Campillo se organizaba. Cuarenta años, nada menos. Y ahora es cuando  la duda me asalta. No sé si darme la oportunidad de mostrarle a la nostalgia cómo sigue viva o dejar en la retina la imagen fresca de aquella etapa. Sea como sea, si en el paseo de esta tarde me vuelvo a cruzar con José, volveré a preguntarle el precio de los medios. Seguro que sigue recordándolo y sus ochenta y seis años siguen tan jóvenes como entonces.

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