Loren-Lu
Hace unos días la
casualidad hizo que me llegase la noticia del cuadragésimo aniversario de la
Loren-Lu. Cuarenta años, nada menos, desde que viese la luz y se convirtiera en
faro orientadora de quienes buscábamos puntos de encuentro a través de la música.
Y como si de un retrovisor se tratase, el reloj comenzó a caminar hacia atrás.
Apareció el pasillo que desembocaba en la taquilla. Y a la derecha el
guardarropa. Y nada más entrar, Tonín, daño pasos de aquí para allá recogiendo
vasos y desaguando hielos. Y a todo lo largo, la barra, desde la que José te
retaba al primer medio de la tarde. Más a la izquierda, la cabina. Unas veces Mariano
y otras veces Jesús, dando paso a los sonidos vibrantes de la música disco
devenida del soul. Luces que bombardeaban a la esfera de cristales que de
cuando en cuando se abría hueco hacia el porche del fondo. Pantalones campana y
remoloneo sobre la pista formando corros a modo de cercas limitadoras. Venidos
de distintos rincones llegábamos con las ganas de divertimento y dábamos por
bien empleadas las cincuenta pesetas que permitían el paso. De cuando en
cuando, alguna petición, y el pinchadiscos- lo de dj, vino luego- accediendo a
hacernos felices durante los tres minutos y medio de duración. A modo de pausa,
las lentas. Intensidades de luces bajando, estribillos que declaraban amores
eternamente fugaces o milimétricamente duraderos. Colillas ígneas aportando el
toque a modo de incienso y los asientos de escai solicitados como puestos de
reposo y espera. Las escaleras abarrotadas y al final de las mismas el balcón
en penumbra que guardaba silencios como testigo mudo de cuanto allí se cocía,
nunca mejor dicho. Más pronto que tarde, la música viró. Y con el tecno viraron
también las formas de entender de una generación que se veía arrollada por la
vorágine de la novedad. Poco a poco se fue dejando paso y mientras ese epílogo
llegaba, la madrugada nos prestaba a Alubias o a Mariano para regresarnos. Un
día más, una tarde o noche más, habíamos sido partícipes de aquel aquelarre que
en Campillo se organizaba. Cuarenta años, nada menos. Y ahora es cuando la duda me asalta. No sé si darme la
oportunidad de mostrarle a la nostalgia cómo sigue viva o dejar en la retina la
imagen fresca de aquella etapa. Sea como sea, si en el paseo de esta tarde me
vuelvo a cruzar con José, volveré a preguntarle el precio de los medios. Seguro
que sigue recordándolo y sus ochenta y seis años siguen tan jóvenes como
entonces.
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