La última cena
Tenía que llegar y llegó. Cuatro largos años
daban sus últimas bocanadas entre quienes habíamos crecido y dejado atrás a la
niñez. El sexto curso de bachiller que tan difícil se nos antojaba estaba
concluido y daba el pistoletazo de salida a la vida adulta que nos provocaba
más de una inquietud por más que intentásemos ocultarlo. Atrás quedarían risas,
tristezas, momentos de enfados seguidos de reconciliaciones. Por delante todo
un mundo por descubrir y hacer nuestro. En el baúl que estábamos a punto de
cerrar reposarían los hábitos de cada uno de aquellos con los que mereció la
pena convivir y las penurias de quienes se equivocaron de estrategia al ejercer
de docentes. El cruce de caminos se nos antojaba tan atractivo como insondable
y nadie podría recorrerlo por nosotros. La memoria, tan selectivamente sabia,
cribaría a posteriori la paja para quedarse con la mies de la hogaza futura. Por
eso, esa noche de Junio se nos presentaba a modo de grafiti sobre el que dejar
nuestra firma. Todas y todos quienes compartimos libros, textos, profesores y
sueños cruzaríamos despedidas a modo de graduación sobre los manteles del
Potajero Chico. Las primeras americanas y los primeros nudos de corbata darían
un toque de distinción. Allá frente a nosotros estaban quienes nos habían intentado
formar, domesticar, ilustrar, con mayor o menor éxito. A modo de rúbrica, el ya
nombrado seguidor de Baco, finiquitaba la enésima copa; el émulo de Narciso
sonreía a las damiselas; el motero pelirrojo intentaba sujetar a la greña
rebelde; el claustro de profesores que tanto había peleado por nosotros daba
por válidos sus esfuerzos. Y con todos ellos, a medida que la noche se fue
cerrando, un Renault seis enfilaba el regreso y nosotros nos decíamos adiós, en
algún caso, de modo definitivo.
Jesús(defrijan)
No hay comentarios:
Publicar un comentario