lunes, 20 de abril de 2015


 

   La última cena

Tenía que llegar y llegó. Cuatro largos años daban sus últimas bocanadas entre quienes habíamos crecido y dejado atrás a la niñez. El sexto curso de bachiller que tan difícil se nos antojaba estaba concluido y daba el pistoletazo de salida a la vida adulta que nos provocaba más de una inquietud por más que intentásemos ocultarlo. Atrás quedarían risas, tristezas, momentos de enfados seguidos de reconciliaciones. Por delante todo un mundo por descubrir y hacer nuestro. En el baúl que estábamos a punto de cerrar reposarían los hábitos de cada uno de aquellos con los que mereció la pena convivir y las penurias de quienes se equivocaron de estrategia al ejercer de docentes. El cruce de caminos se nos antojaba tan atractivo como insondable y nadie podría recorrerlo por nosotros. La memoria, tan selectivamente sabia, cribaría a posteriori la paja para quedarse con la mies de la hogaza futura. Por eso, esa noche de Junio se nos presentaba a modo de grafiti sobre el que dejar nuestra firma. Todas y todos quienes compartimos libros, textos, profesores y sueños cruzaríamos despedidas a modo de graduación sobre los manteles del Potajero Chico. Las primeras americanas y los primeros nudos de corbata darían un toque de distinción. Allá frente a nosotros estaban quienes nos habían intentado formar, domesticar, ilustrar, con mayor o menor éxito. A modo de rúbrica, el ya nombrado seguidor de Baco, finiquitaba la enésima copa; el émulo de Narciso sonreía a las damiselas; el motero pelirrojo intentaba sujetar a la greña rebelde; el claustro de profesores que tanto había peleado por nosotros daba por válidos sus esfuerzos. Y con todos ellos, a medida que la noche se fue cerrando, un Renault seis enfilaba el regreso y nosotros nos decíamos adiós, en algún caso, de modo definitivo.   

Jesús(defrijan)

No hay comentarios:

Publicar un comentario