jueves, 23 de abril de 2015

Porque todo libro comienza cuando un manuscrito decide hacerse realidad, aquí os dejo un relato de mi libro  "A CIEGAS". Feliz Día del Libro a todos aquellos que los hacemos posibles.

        Manuscrito

Visité la biblioteca que tantas veces me lanzó la invitación y a la que tantas otras ignoré. El viento de otoño actuó de cómplice y antes de darme cuenta me encontré delante de una serie de anaqueles convenientemente ordenados a modo de consigna en la que depositar vivencias. Palpé al azar lomos y cubiertas que aún ofrecían virginales propuestas de viajes interiores. Tras las celosías,  filas de aprendices se afanaban por hacerse con las letras enceladas que nacieron de deseos encelados. Todos sonaban a idénticos y diferentes en la similitud que esparce el repujado o la humilde cubierta.  Dudé y cuando ya emprendía la huida nacida del  desencanto reparé en él. Era tan sencillo que hubiese  pasado desapercibido de no haber sido por las iniciales que firmaban los trazos de un lápiz escriba que se prestó a aquel juego. De pie, lo abrí y en ese momento la magia del misterio comenzó su función. Comprobé cómo  unas mínimas hojas cuadriculadas manuscritas se intercalaban entre las impresas  a modo de marcadoras. Renuncié a estas para centrarme en aquellas que versaban  declaraciones que el pudor contenía. Soñé ser el testigo único de aquel juego hermoso en el que las idas y venidas formaban circunloquios de dúos impares. Declaraciones  ardientes a la espera de respuestas que, sin fecha de entrega, llegarían a encontrar destinatarios. Descubrí el juego amatorio de dos desconocidos que habían emprendido el camino del conocimiento desde la palabra. Encadenados a una verja voluntaria que les ofrecía un vuelo por los espacios del sueño, diseñaron realidades para huir de la realidad. Poco importaba que el presente les ofreciese más prácticas alternativas si la forma acababa diluyendo al fondo. Cada letra, cada palabra, era nacida desde el temblor que la pasión caligrafía y sella. Vanas banalidades se mutaban en ofrendas de sacrificio al que estaban subyugados por entero. Ese diario de tatuado grafito mantuvo la posibilidad de la renuncia nacida del arrepentimiento y las huellas de la goma no fueron necesarias. Así permanecí  fiel a la cita como espía complacido y complaciente. Tuve  la decencia de respetar las horas en las que debía permanecer ausente ante el  turno  de los amantes desconocidos. Aquel martes, cumpliendo con el  rito habitual, entré como de costumbre y sorprendido detuve mis  pies. Me llamó la atención el comprobar cómo una pareja entrada en años compartían mesa, emparejaban sillas y alternaban la lectura de un libro que les resultaba tan familiar como desconocido. Reparé en el modo en que la alternancia de la lectura de uno daba paso a la audición del otro a la vez que las miradas se empañaban. Los versos  volaron entre aquello  que  anotaban  mostos de conocimientos que convertirían a sus inmaculadas libretas en lagares de verdades. Todo olía a silencio y el silencio se congratulaba. Habían firmado un pacto secreto con los pergaminos encuadernados y hoy lo desvelaban entre temblorosas manos que trenzaron dedos.  Acabaron de leer, doblaron las cuadrículas y a paso lento, salieron a la par con destino claro. Nunca supe sus nombres ni los volví a ver. A lo que no he podido renunciar es a seguir buscando  entre los estantes,  olvidados libros, con la esperanza de reencontrar entre sus letras impresas, manuscritos de amor.
 
 
 

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