Está la Henar
La primera noción que recuerdo de
cómo escribir una carta se remonta a los años de mi infancia en los que os
tenía presentes, y a las que, bajo supervisión paterna, os remitía unas líneas
en cuartillas de dos renglones con periodicidad semanal. El papá se encargaba
de recordarme cómo en esas letras se acortaba la distancia y se os hacía
próximas ante las novedades acaecidas. Lo que nunca os dije es que me
acurrucaba entre las sábanas simulando estar dormido llegadas las seis y media de la mañana, para que no
vieseis la aflicción que me provocaba
vuestra marcha. Cuenca debía estar en los confines del mundo, imaginaba. Y ella
se convertía en guardiana de mis hermanas, consentidoras del “chico” que tanto
las echaba en falta. Aquellas cartas fundían la tristeza con las brasas del
cariño que llegaba de regreso con vuestras respuestas. Ahí empezó a forjarse el
poder de las cartas como tales. Sin embargo, Henar, una pregunta quedó en el
aire y no fui capaz de realizarla. Por eso, Henar, hoy que concluyes el ciclo
de la obligación horaria. Hoy que eres tú la que marcarás el tictac de tu
ritmo. Hoy que las hojas de los calendarios pasados alfombran de verdes
esperanzas la primavera. Hoy, redacto en renglones canosos pausados por los
años la carta que empecé a escribir desde siempre, cuestionando la duda que me
asalta constantemente ante tu nombre. Y aunque sé que las múltiples respuestas
a la misma aseveran la certeza de tu sombra, creo necesario, justo, merecido,
enumerarlas para que la flaqueza de la memoria no las deposite en el cajón del
olvido. Y esta vez la cercanía de las letras testimonia todo lo que se
presuponía desde que la vista atrás confeccionó la lista.Y así daría fe de cómo
tu casa se convirtió y se sigue convirtiendo en el centro umbilical de la
existencia de un alma pura como la tuya. De cómo se convirtió en refugio de confidencias ajenas que hiciste
propias. De cómo todos los detalles que la diseñaron y la siguen solidificando
buscan como fin el que encontremos en ella la caverna protectora como
prolongación de tu entrega. De cómo la palabra exceso en ti es sinónimo de
escasez por parecerte mínimo cuánto entregas. En ti, Henar, en tus cinco letras
están tatuadas con tintas indelebles las palabras amistad,
cariño, servicio, desinterés… Y todas ellas han susurrado en silencio la
respuesta a la pregunta que aún no te he hecho y que considero innecesaria. Y
dicha respuesta, es, como puedes deducir, “sí, claro que sí, siempre sí”. Por
eso, hoy que el júbilo de tu jubilación corre el riesgo de diluirse en los
excesos de la celebración, quiero que sepas, que tú, nuestra Henar, has sido y
sigues siendo nuestra recompensa, apoyo y sostén. Y que en nosotros, en tu
misma sangre, tienes el reflejo de lo que tú eres aun sabiendo que jamás
podremos alcanzar el nivel marcado por
ti. Y desde el álbum de la memoria se han ido sumando afirmativamente la bata de rayas, el mocho del porche, la
zurda de tus manos, las travesuras de la infancia, la toquilla del “salux infirmorum”,
la cofia blanca sobre uniforme azul, Jesús de Medinaceli. Todos han corroborado
los renglones del pergamino que diseña tu grandeza. Grandeza que nos hace
sentirnos orgullosos de ser parte de ti y que en lo que a mí concierne, nada
más nacer, nada más abrir los ojos al mundo lancé la pregunta que resume toda
tu existencia. Y esa pregunta, Henar, esa pregunta fue, como ya habrás
adivinado “¿Está la Henar?”; y la respuesta desde entonces siempre fue y sigue
siendo “sí, claro que sí, siempre
sí”. Hace años, la carta que empecé a escribir desde el silencio, sospeché que
la concluiría con el transcurso del tiempo. La sonrisa de aprobación que llegó
desde el firmamento, así lo corrobora y se une a la firma que todos rubricamos
ante ti Henar. Guárdala en el buzón donde sólo las venturas tienen cabida.
Jesús(defrijan)
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