Maite
Berlanga
No sé si empezar describiéndola desde la imparcialidad
imposible o dejar que las letras surjan a su antojo. Quizás esta segunda opción
sea la mejor y estoy convencido que todas ellas andarán a codazos para hacerse
de valer. Y no me extraña. Como no me extraña el hecho de que ante ella la
tristeza no tenga cabida. Puede que te sorprenda el hecho de creerte en una
sala de recuperación ósea o muscular que te empieza a cuñar el pasaporte sin
retorno a la imposibilidad física; puede que sospeches que tus dolencias eran
fundadas y que has acudido al lugar más indicado; puede que todos tus temores
se esfumen en cuanto traspases el umbral de la puerta y entre mazos de Brasil y
muñecas de trapo conformen la antesala de la bienvenida. Y con todo ello, nada,
nada será comparable a la amplitud de la
sonrisa con la que Maite desnudará tus sospechas de tortura. Serás postrado en
el ara frente a mosaicos del aparato locomotor y en vano intentarás averiguar
en qué parte del mapa expuesto se esconde tu dolencia. Ella, como quien no
quiere la cosa, hará de ti un ovillo, y sin más aviso que la inhalación de aire
por tu parte, convertirá a tu columna en un xilófono cuyas baquetas serán sus
manos. Pensarás que tu fin está cercano sin darte cuenta que has renacido a las
posturas correctas. Deshará los nudos gordianos de tus tendones y mientras
tanto esparcirá por encima de tu torso sus halos de maga psíquica que calla más
de lo que intuye. Tus ojos dormitarán sobre el tono perforado en rosa de sus
pies y las carcajadas alternarán con las llamadas de auxilio que llegarán desde
más allá de las líneas telefónicas. No hay duda de que saben lo que se hacen
cuando recurren a este aquelarre sanador. Y todo esto sin dejar de plantar la semilla del
optimismo cierto nacido de una verdad que su mirada transmite. Poco importará
que tu espalda se haya convertido en un símil de árbol navideño plagada de
ventosas luminosas en cuyas descargas se esconde el villancico de la sanación.
Las agujetas posteriores serán la mejor muestra de todo su buen hacer y del
acierto de tu elección. Justo ayer, nada más despedirme con un hasta luego, en
el hospital de enfrente, algunos buscaban curación a sus males ignorando que
con sólo cruzar la acera acertarían de pleno. Si acudís a ella, no hará falta
que digáis que sois mis amigos; en el mismo instante en el que accedáis a su
reino, lo seréis por derecho propio y generosidad suya, os lo aseguro.
Jesús(defrijan)
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