lunes, 4 de julio de 2016


1.    Fixonia

Aquella mañana de Agosto amaneció tan luminosa como de costumbre, fresca, con sabor a monte y desperezando vigilias de las tertulias de la noche anterior. En el corro habitual, horas antes, entre todas ellas se habían conjurado en acicalar cabelleras en vísperas de las fiestas patronales. Unas a las otras comenzaron a trazar el plan y una vez decidida la ruta hacia Campillo, sólo faltaba confirmar el medio de transporte. De modo que desde el silencio expectante, todos los ojos giraron hacia mí, y con unas miradas  suplicantes obtuvieron mi innecesaria aprobación y aceptación a convertirme en chófer matutino.  Volvieron al consenso cuando tomaron como hora de salida las ocho de la mañana y con la premura de quienes están habituadas a la puntualidad británica se fueron despidiendo de las sillas de anea. De modo que allí me presenté acompañando a los primeros toques del reloj de la iglesia, con el motor en marcha. Y allí estaba el póquer de damas, en la esquina de la Puentecilla.  Ovidia, mi tía Ángeles, Otilia y mi madre. Y todas ellas armadas con unos bolsos a modo de  cananas de los que sobresalían unos cilindros blancos de plástico. La curiosidad me llevó a buscar la información que sugerían y tuve la certeza de que las lacas personificadas venían de viaje con nosotros. No entré en detalles a la hora de buscar respuestas ante la posibilidad de ir a una peluquería con productos que sin duda abundaban en dicho establecimiento. Supongo que la querencia a lo propio les hizo ser previsoras y emprendimos el viaje. Obviamente llegamos con sumo adelanto y allí me confirmaron que la hora concertada había sido las nueve de la mañana. Ninguna supuso la celeridad del vehículo y ninguna puso reparos a la hora de esperar la apertura del establecimiento entre los rosales adormecidos de la esquina. Hice cálculos y supuse que nada sería finiquitado antes de las cinco horas siguientes y entretuve el tiempo en mercadillos y demás pasos perdidos. Llegó la hora de regreso y allí estaban las damas. Todas con el mismo peinado y con cierta sensación de ligereza en los bolsos. Emprendimos el viaje de vuelta y rápidamente el habitáculo tomó un sabor a ambientador lacado que amenazaba con efectos secundarios impropios de la atención al volante. Entre que el aire acondicionado les provocaba irritaciones bronquíticas y  que el calor se hacía presente, tuve a bien abrir las ventanas sin aminorar la marcha. Ahí vino la reacción de todas ellas echándose mano a la cabeza en un intento de mantener forma y fondo de la obra recién acabada. Reconozco que eché un pulso con el acelerador para probar la eficacia de semejante aerosol y puedo asegurar que salí derrotado. No sólo llegaron inmaculadas a Enguídanos sino que durante toda la semana de fiestas fue innecesario el uso de cualquier retoque capilar. Obviamente, sabían lo que se hacían cuando confiaron a semejante cilindro la eficacia de mantener intacto unos cardados que no hubo acelerador posible que fuese capaz de derruirlos. No sabría deciros el ahorro que supuso la laca, pero seguro que mereció la pena llevarla de viaje.  

 

Jesús(defrijan)    

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