martes, 12 de julio de 2016


1.     Apolo en L, Arbre del Gos

Suele ser lo suficientemente tranquila, lo suficientemente espaciosa, lo suficientemente abierta; de hecho, sobre o bajo sus dunas renacidas, más de una historia se calla para no pecar de alcahueta. Poco importa que las pieles clamantes de sol sean de una tendencia u otra, vayan tapadas o al descubierto, porque ella será comprensiva y dejará al libre albedrío de cada quien el decoro personal. De modo que la caída de la tarde se presentó como el momento propicio para soportar la canícula reinante y la brisa vino a apiadarse de los sofocantes que buscábamos frescor. A un costado, corredores inmaculadamente ataviados ocupando el paseo; más allá, ciclistas inmaculadamente vestidos pedaleando sin descanso; más acá, emergiendo de entre las arenas ígneas, el clon del David de Buonarroti, inmaculadamente desnudo, inmaculadamente erguido, inexplicablemente rotatorio. Lo primero que me llamó la atención fue la soledad de la que hacía gala. Una de las posibilidades podría ser la necesidad de reflexión marina a la que cualquiera, en momentos de dudas, necesita acudir para buscar solución a sus atribulaciones. Otra podría ser la espera de próxima visita a sus dominios de alguien tardío. Quizás la tercera fuese seguir añadiendo tostado a una piel ya tostada por genética. La cuestión no pasaba de ahí y las posibilidades se daban por válidas. Pero lo que realmente me aportó una interrogante aún no resuelta fue el hecho de ver cómo en su constante giro al más puro estilo copernicano sobre sí mismo, con una precisión relojera helvética, deslizaba las falanges diestras sobre el espolón inguinal. Uno, dos, tres, y al segundo número diez, allá estaban de nuevo mesando la piel que sin duda se había resecado por el sol. Un ritmo invariable que me llevó  a pensar que o bien los efectos ultravioletas se habían cebado con el arco de medio punto o algún tic onanista habitaba en semejante modelo. No pude por menos que aproximar a las diez pulgadas la longitud y con ello evaluar el aporte de hemoglobina necesario para mantener en horizontal a semejante arcabuz. Lampiño meticuloso que siguió ejecutando el soliloquio chellista sin cuerda y al que nadie tuvo la gentileza de pedirle bises. A punto de regreso, cuando el aforo de las arenas tendía hacia el cierre, desilusionado, se sumergió en las aguas. Quiero imaginar que la pesca de arrastre está permitida si se practica con caña, porque si ni aún así obtuvo recompensa, la verdad es que sería una pena excesiva para tal pundonor. Ya de vuelta, no pude por menos que recordar al marmóreo florentino, inmaculadamente blanco, a años luz de semejanzas túrmicas  considerado como el efebo modelo a seguir tanto en tierra como en mar abierto, y la duda viajó conmigo de regreso.   



Jesús(defrijan)            

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