1.
Apolo
en L, Arbre del Gos
Suele ser lo suficientemente tranquila, lo suficientemente
espaciosa, lo suficientemente abierta; de hecho, sobre o bajo sus dunas
renacidas, más de una historia se calla para no pecar de alcahueta. Poco
importa que las pieles clamantes de sol sean de una tendencia u otra, vayan
tapadas o al descubierto, porque ella será comprensiva y dejará al libre
albedrío de cada quien el decoro personal. De modo que la caída de la tarde se
presentó como el momento propicio para soportar la canícula reinante y la brisa
vino a apiadarse de los sofocantes que buscábamos frescor. A un costado, corredores
inmaculadamente ataviados ocupando el paseo; más allá, ciclistas
inmaculadamente vestidos pedaleando sin descanso; más acá, emergiendo de entre
las arenas ígneas, el clon del David de Buonarroti, inmaculadamente desnudo, inmaculadamente
erguido, inexplicablemente rotatorio. Lo primero que me llamó la atención fue la
soledad de la que hacía gala. Una de las posibilidades podría ser la necesidad
de reflexión marina a la que cualquiera, en momentos de dudas, necesita acudir
para buscar solución a sus atribulaciones. Otra podría ser la espera de próxima
visita a sus dominios de alguien tardío. Quizás la tercera fuese seguir añadiendo
tostado a una piel ya tostada por genética. La cuestión no pasaba de ahí y las
posibilidades se daban por válidas. Pero lo que realmente me aportó una
interrogante aún no resuelta fue el hecho de ver cómo en su constante giro al
más puro estilo copernicano sobre sí mismo, con una precisión relojera helvética,
deslizaba las falanges diestras sobre el espolón inguinal. Uno, dos, tres, y al
segundo número diez, allá estaban de nuevo mesando la piel que sin duda se
había resecado por el sol. Un ritmo invariable que me llevó a pensar que o bien los efectos ultravioletas
se habían cebado con el arco de medio punto o algún tic onanista habitaba en
semejante modelo. No pude por menos que aproximar a las diez pulgadas la longitud
y con ello evaluar el aporte de hemoglobina necesario para mantener en
horizontal a semejante arcabuz. Lampiño meticuloso que siguió ejecutando el
soliloquio chellista sin cuerda y al que nadie tuvo la gentileza de pedirle
bises. A punto de regreso, cuando el aforo de las arenas tendía hacia el
cierre, desilusionado, se sumergió en las aguas. Quiero imaginar que la pesca
de arrastre está permitida si se practica con caña, porque si ni aún así obtuvo
recompensa, la verdad es que sería una pena excesiva para tal pundonor. Ya de
vuelta, no pude por menos que recordar al marmóreo florentino, inmaculadamente
blanco, a años luz de semejanzas túrmicas considerado como el efebo modelo a seguir
tanto en tierra como en mar abierto, y la duda viajó conmigo de regreso.
Jesús(defrijan)
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