miércoles, 13 de julio de 2016


1.     Los botones de una madre, y el misal de la mía



Dentro del lacrimógeno mundo que se sirve de las redes para hacerse compadecer, aparecen de vez en cuando, muy de vez en cuando, verdaderas esencias de sentires que no nos dejan inmunes. Y una de ellas ha sido esta aparecida ayer en la que se retrotraía en el tiempo hacia el dolor que supone la pérdida de un ser querido, y más si se trata de una madre. A través del desmantelamiento de una casa y sus enseres, los recuerdos se van agolpando como negándote la posibilidad de un cierre definitivo con el pasado que tantas alegrías te proporcionó bajo el amparo de sus brazos. Noches en velas cuidando de tus dolencias, tardes de compañía en las que te narraba episodios de una juventud casi perdida en el tiempo y mañanas de inviernos en los que a la nieve caída se la combatía con un tazón de chocolate espeso traído a la cama antes de la misa de doce. Y próximo a todo, aquel libro nacarado en negro con el rojizo destacando sobre la tripa del mismo que recogía los rituales de la doctrina indiscutible de una fe indiscutible en un tiempo indiscutible. Sobre la silla de la coqueta, el velo preceptivo que taparía sus pensamientos dentro de la nave eclesiástica y tú, acicalado como un querubín, de mozo de compañía en busca de cumplir el precepto. Don Demetrio de espaldas luciendo tonsura y lanzando a la asamblea unas consignas que no entendías por serte extraño ese idioma venido del Vaticano. Y los minutos haciéndose horas a la espera del toque de campanillas que exigía genuflexión o alzada. Allí, sentado sobre el reclinatorio, ese misal te abría un mundo a la imaginación en el que la suma de penitencias a los pecados inclinaba la balanza hacia una segura condena a los reinos de Belcebú. Y cuando la congoja del no entendimiento se hacía fuerte sobre mi rostro, ella me giraba la vista como diciendo entre letanías que no era para tanto, que allí estaba ella para defenderme de toda amenaza a fuego eterno. De ahí que la primera pieza que pedí y me fue concedida fuese el misal. Cada vez que lo acaricio retornan aquellas sensaciones de protección, de amor incondicional, de entrega eterna que en vida tuvimos y tras su marcha seguimos teniendo. La caja de botones, el huevo de madera sobre el que remendar piezas, los delantales y tantos y tantos elementos que nos la hacen presente, la siguen trayendo cada vez que la necesitamos y siempre, siempre, con una sonrisa como la que lucía en vida.



Jesús(defrijan)

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