jueves, 7 de julio de 2016


1.    Más malo que la quina

Sin duda en alguna ocasión hemos oído esta expresión referida a quién méritos hacía para llevarla consigo. Normalmente va asociada a los años de la niñez en los que las travesuras no se sopesan y la inconsciencia domina los impulsos a la hora de actuar. Hasta aquí nada más que añadir salvo la imagen de alguna anécdota que testificara lo dicho. Pero, en un acto de reconocimiento, de reconciliación hacia la buena fama, creo que se merece este brebaje una exaltación de sus virtudes. Efectivamente, la quina, ese licor indefinido entre vino y jarabe, que tantas veces nos acompañó a la mesa, ha sido tan vilipendiada que no merece seguir luciendo el sambenito de maldad que le fueron colgando. Para empezar, solía refugiarse en el interior del cristal embotellada y lacrada con las bendiciones de San Clemente o Santa Catalina. De modo que pasaba a ser considerada como elixir de santidad al que aferrarse para solucionar múltiples deficiencias. Que estabas inapetente, quina al canto; que estabas en época de estudio, quina al alcance de tus dedos; que el crecimiento no era el esperado para tu edad, quina en vasos de duralex a los que buscar el fondo imitando a tus mayores. De tal modo que el hígado empezó a cumplir su cadena perpetua bajo la advocación santa y las miradas de los tuyos venían cargadas de sonrisas. En caso de que el culo de la botella se vislumbrase sin habernos percatado de su escasez, el recurso de las sopas en vino,  de los panes bien regados y con azúcar o de los trasiegos a las botas y porrones, también servían; pero no era lo mismo, no. Carecían de la pátina beatífica que no les permitía llevarte más allá del purgatorio cuando tú querías alcanzar el cielo. En estas fechas en las que todo se controla, vigila, ordena, custodia y restringe, sería impensable suministrar a nuestros jabatos el más mínimo reclamo de semejante pócima. Así que me veo en la tesitura del principio: o seguir dando por válida la expresión de maldad de tal licor, o reclamar una remisión presente para que en el futuro puedan comprobar cómo, a pesar de la mala fama adquirida, supimos sobrevivir y crecimos de un modo aceptable. Ah, y por último, aquel a quien se le adjudique tal expresión, que tenga a bien mirarse en el espejo y reconocer los deméritos que acumula para que así le vean. Mientras tanto, si alguien aún mantiene por casa el Quinito mascota que nos azuzaba con el “da unas ganas de comeeeerrr”, que lo saque a la luz  a ver si me quita algunas, que falta me hace.     

 

Jesús(defrijan)  

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