1. Paquita, Laura y Vera
Como si de una trinidad se
tratase así se manifiestan. Paquita con el
paso vivaz de quien se sabe imprescindible para con los suyos. Anticipadora de
requerimientos que complacer verá cómo la brisa de la mañana peina sus mechas y
la encamina cuesta abajo. El pan recién horneado será su compañía en el regreso
presuroso hacia el mantel desplegado. Paco hace tiempo que está trasteando con
sus habituales habilidades y no es plan de despertar a quienes desvelaron sus
sueños con la luz del castillo que les llegaba de frente. La higuera se
desperezó y sabe que su misión será proteger como parada y descanso a quienes
circunden sus inmediaciones en busca de la planicie que umbríe a las cuestas.
Poco faltará para que Laura comience a normalizar la rutina. Y entre bostezos y
pestañas dormidas impondrá sin esfuerzo la ruta a seguir en un nuevo día tan
luminoso como agradecido. Sabe que está en el punto justo del equilibrio entre
ayeres y mañanas y así lo asume y transmite. De fondo, como si su presencia se
hiciese imprescindible, Barri alzará la barricada que ahuyente los malos rollos
hacia el precipicio del olvido. Puede que Lucas empiece a golpear las baldosas
siguiendo un ritmo que tomará como herencia y en ello se regocija y congratula.
Y más al fondo, con la coleta convenientemente recogida, Vera. Habrá colocado
convenientemente sus obligaciones a la espera de darles el protagonismo que el
día les reclama. Poco importará si los cálculos no son certeros a la primera de
cambio. Su pensamiento ahora transita por los versos que con premura decide
ensayar para darles salida más pronto que tarde. Quizá desconoce que la
intuición me llevó a darle la bienvenida aquel verano en el que las aguas la
acunaban doblemente. Quizá destila para sí y para los otros ese néctar de
admiración que tan natural le resulta. Juega con la ventaja que la sangre le ha
legado y empieza a percibirlo, a atesorarlo, a amasarlo. Antes de lo que ella
misma sospecha el tiempo se habrá hecho presente y las vergüenzas ocuparán su
lugar en el escenario del recital. La vida impondrá sus preceptos y así se
habrá de asumir. La mañana sigue su curso y las horas volaron. Una nueva
jornada se despliega como damero de juegos ciertos y las fichas del cariño ya
se han repartido. El ronroneo del motor anuncia su próxima salida y los
hinchables desean brazadas. Una mirada cómplice de las tres dará el pistoletazo de salida entre el regocijo que
las mimetiza y convierten en copias de sí mismas. Me aparto. Mi penúltima sonrisa
les cede el paso.
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