lunes, 17 de septiembre de 2018


1.  Paquita, Laura y Vera



Como si de una trinidad se tratase así se manifiestan. Paquita    con el paso vivaz de quien se sabe imprescindible para con los suyos. Anticipadora de requerimientos que complacer verá cómo la brisa de la mañana peina sus mechas y la encamina cuesta abajo. El pan recién horneado será su compañía en el regreso presuroso hacia el mantel desplegado. Paco hace tiempo que está trasteando con sus habituales habilidades y no es plan de despertar a quienes desvelaron sus sueños con la luz del castillo que les llegaba de frente. La higuera se desperezó y sabe que su misión será proteger como parada y descanso a quienes circunden sus inmediaciones en busca de la planicie que umbríe a las cuestas. Poco faltará para que Laura comience a normalizar la rutina. Y entre bostezos y pestañas dormidas impondrá sin esfuerzo la ruta a seguir en un nuevo día tan luminoso como agradecido. Sabe que está en el punto justo del equilibrio entre ayeres y mañanas y así lo asume y transmite. De fondo, como si su presencia se hiciese imprescindible, Barri alzará la barricada que ahuyente los malos rollos hacia el precipicio del olvido. Puede que Lucas empiece a golpear las baldosas siguiendo un ritmo que tomará como herencia y en ello se regocija y congratula. Y más al fondo, con la coleta convenientemente recogida, Vera. Habrá colocado convenientemente sus obligaciones a la espera de darles el protagonismo que el día les reclama. Poco importará si los cálculos no son certeros a la primera de cambio. Su pensamiento ahora transita por los versos que con premura decide ensayar para darles salida más pronto que tarde. Quizá desconoce que la intuición me llevó a darle la bienvenida aquel verano en el que las aguas la acunaban doblemente. Quizá destila para sí y para los otros ese néctar de admiración que tan natural le resulta. Juega con la ventaja que la sangre le ha legado y empieza a percibirlo, a atesorarlo, a amasarlo. Antes de lo que ella misma sospecha el tiempo se habrá hecho presente y las vergüenzas ocuparán su lugar en el escenario del recital. La vida impondrá sus preceptos y así se habrá de asumir. La mañana sigue su curso y las horas volaron. Una nueva jornada se despliega como damero de juegos ciertos y las fichas del cariño ya se han repartido. El ronroneo del motor anuncia su próxima salida y los hinchables desean brazadas. Una mirada cómplice de las tres dará el  pistoletazo de salida entre el regocijo que las mimetiza y convierten en copias de sí mismas. Me aparto. Mi penúltima sonrisa les cede el paso.

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