1. Vicente Murciano
Como si de un fuelle de acordeón parisino nos llegasen las notas que acompasaran
su nombre así se manifiesta. Vicente, el francés, aquel que tantas y tantas
fechas dejase transcurrir más allá de los Pirineos se fue forjando desde bien
temprano un modo de ser y actuar que cada día macera convenientemente para
darle el buqué exquisito del que hace gala. Elegante en las formas, no osará
ser el discordante que exceda su tono en la reunión amistosa. Se hará cercano
porque de él nace la querencia a dar más de lo que la vida le suele remitir. Vivirá
en el alambre del optimismo por haber aprendido del paso del tiempo la
importancia relativa que al tiempo se le da. Negará paso a los rencores y de su
misma generosidad intentará encontrar respuestas que firmen disculpas que no
exige. No almacena negatividades, de nada le servirían a quien está
acostumbrado a seguir hacia delante. Lucirá el glamur aprendido en la escuela
de la vida para epatar a aquellos que tanto se esfuerzan en conseguir lo que en
él es innato. Puede investirse con los atuendos que el momento precise y todos
ellos le cuadrarán como chaqués a medida. Escanciará las aguas con sabor a
levante en mitad de las aguas juncadas a la espera de una puesta de sol tan hermosa
como de costumbre. Cautivará con su “savoir faire” a quien decida, él, que tan
acostumbrado está a las decepciones. No importará si el despertar de la villa
parisina choca de frente con el rocío de la cuesta cuando a reunir amistades se
disponga. Ha sobrevivido a los sucesivos meandros que el río caprichoso de la
existencia le ha legado y no ha precisado de flotadores expuestos al pinchazo
inesperado. Guía desde la raíces para que las semillas florezcan y se conviertan
en inciensos bienvenidos. Abrirá las rejas para que nadie se sienta preso de
las obligaciones y pueda reemprender su
camino sin explicaciones algunas. Combinará la elegancia como Petronio
habituado a ella y sabe que su lejano epitafio llevará una sonrisa como renglón
testamental de un estilo de vida. Fue piloto de la nave que soñaba descubrir
nuevas galaxias y una vez de vuelta guardó las llaves en el cajetín que la dicha
de aquella travesía le proporcionó. Juega con ventaja. Ha aprendido tanto que
sin pretenderlo es capaz de darnos una clase magistral de supervivencia. Las de
estilo, por más que se empeñen en imitarlo, le pertenecen en exclusiva. Si lo
veis cerca de la guillotina, no temáis; antes será capaz de oxidar la cuchilla
que dejarla caer sobre el cuello de nadie.
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