Pepito Chavarría
Pasa el tiempo de un modo tan acelerado que de
que te quieres dar cuenta te ha llevado por una senda a la que quitaste las
cunetas. Y con ellas se fueron los momentos, las postales de las vivencias, los
marcos de los espacios, las miradas abiertas. De modo que a nada que la ocasión
se vuelve propicia, el intento por recuperar parte de ese tiempo, pide paso y a
ello te encomiendas. La más mínima excusa te reúne con quien fuera parte de tus
juegos, de tus ayeres, y allá que te encaminas. Y conviertes la mesa del yantar
en un confesionario sobre el que buscar una innecesaria penitencia y una
inexistente absolución. Todo ha transcurrido por donde ni siquiera pensaste y
es el momento de reflexionar. No para arrepentirte, sino más bien para encontrar
explicaciones a miles de porqués. Aparece el ariete blaugrana que todavía luce
la peca identificativa. Llega aquel que de los librillos de bambú logró extraer
las lecciones de vida que a la vida le encaminaron. Se asoma Pepito, tu amigo
Pepito, el de Julia la peluquera y Felipe, y con él, adherido a él, la bajada
de bandera del tesón que tan buenos resultados ha proporcionado. Y repasas la
lista de quienes fueron y perduran, de quienes fueron y ya no están, de quienes
son y siguen siendo. Te congratulas. Sacas del almacén de las neuronas las mil
y una anécdotas y entre risas y tristezas mal disimuladas acabas completando
las líneas de un cuaderno que dejaste a medias hace varias décadas. Vistes el uniforme de práctico de un puerto al que de
cuando en cuando llegan las naves que otrora partieron. Aconsejas desde el
cariño que la amistad emana y compruebas que en cada uno de nosotros viven
muchos nosotros que se han ido adaptando. De pronto, una letanía aparece desde
los salmos de la sangre, y a ella nos unimos con el kirieleisón preceptivo.
Admitimos errores, flaquezas, vergüenzas. Y así las horas transcurren en mitad
de este otoño recién estrenado. Brindamos por una próxima ocasión y sabemos,
¿verdad, Pepito?, que esta vez sí que será próxima. Por un momento, el decorado
volvió a ser el de aquella Carretera en la que disputábamos los partidos a la
caída de la tarde. Por un momento, el balón vuelve a sobrevolar la tapia de la
Benita. Por un momento, créeme, amigo mío, la realidad de la ficción fue más
real que la vida misma. Queda el partido de vuelta, y esta vez, me toca sacar a
mí.
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