Másteres, títulos y
demás graduaciones
Debí sospecharlo y sin embargo miré cómo los demás hacían la vista gorda
y aceptaban los galardones. Aquellos campamentos de la O.J.E. tenían como
misión convertirnos en sucesores de consignas y por lo tanto cuantas más
acreditaciones luciésemos sobre la pechera, mejor que mejor. Insignias
acreditativas con los consiguientes proeles nos daban lucimiento y categoría
ante la centuria y de eso se trataba. En especial recuerdo a uno apellidado
Braga que a pesar de su tamaño pectoral precisó de un subsuelo de fieltro para
poder adherir semejante acumulación de insignias. El modelo a seguir, sin duda.
De modo que en los cuatro años no fui capaz de conseguir más de cuatro o cinco acreditaciones. Una como rastreador,
otra como sanitario y las otras no las recuerdo. Paradójicamente, no soy capaz
de distinguir las huellas de ningún animal y la sangre me da náuseas. Poco
importaba. Así que bastantes lustros después compruebo cómo aquello solamente
fue un anticipo de lo que la sociedad nos acabaría legando. Y en este constate
goteo, o mejor, catarata de créditos avalados por vaya usted a saber quién,
aquello que llegó a abochornarme en la soledad de mis pensamientos, resulta que
es moneda corriente. Graduaciones que no han precisado de asistencia a clase se
solapan con másteres que ni el mismo beneficiario sabe cómo ha conseguido.
Trabajos de fin de carrera que se ocultan para que el plagiado no distinga al
plagiador. Títulos que se obtienen en sospechosas cátedras a las que nadie pide
cuentas. Y con todo este maremágnum, el incauto de turno que se sacrifica para
darle posibilidad a sus vástagos para que alcancen la gloria académica que les
abrirá puertas. Craso error, pero craso, crasísimo error. Lo ideal sería que se
pusiesen en la fila correspondiente a las siglas afines y que se dejasen llevar
por el turno. Antes que tarde, a nada que se den cuenta, zas, un diploma, una
acreditación, un máster, un título y lo que haga falta, caerá en su expediente.
Cómo no me di cuenta antes. Cómo me dejé llevar por unos principios que
empiezan a demostrarse trasnochados. Cómo no tuve la visión que tan claramente
se me reveló entre las pinadas de Los Palancares. Ahora que regreso a aquellos
meses de julio empiezo a ver la torpeza que me dejó tanto desfile para izar y
arriar bandera. Tanto mirar a la luna para ver si ya había sido pisada y tanto
horadar pinos para conseguir barrenar ceniceros no fueron más que pérdidas de
tiempos. De cualquier modo, me resisto a pasar a mejor vida sin hacer acopio de
aquello que en justicia creo merecer. Así que, desde ya mismo, aviso, voy a
buscarme todo tipo de titulaciones por el método que sea. Armarios me sobran,
la impresora funciona bien y los
gigabytes, no creo que se agoten. La única duda que no logro resolver es la de dónde
colgar las titulaciones acreditativas que en injustica merezco. Las paredes hace
tiempo que custodian demasiadas escarpias y no es plan de convertirlas en remedos
de quesos gruyere. Avisados estáis.
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