1. Pilar Marzal
O debería decir simplemente Pili,
la de la Alejandra y Antonio, la de Andrés el de La Pesquera, y cualquier
información añadida sobraría para identificarla. Ella, la Pili que tras el pelo
lacio que anuda con una coleta se transfigura en la amazona del quad cada vez
que el río la reclama. Esa que truene o nieve acude puntual a la cita del fin
de semana para recargarse a la cuna que los montes cobijan. Esa que hace gala
de fortaleza ante la insistencia del agua a la hora de robarle su parcela de
grava que alfombra sus pasos. Esa, Pili, la que dará por válida cualquier
excusa a la hora de convocar a la mesa a todos aquellos que considera suyos más
allá de la sangre. La que disfrutará con el trote del astado a campo abierto
mientras recrea su vista en los lances que la vida le va dando a los que
quiere. Sabrá dar rienda suelta a los rayos de luces que quieran asomarse por
debajo de las peñas que el Santo domina y con ello iluminará a las soledades
que tanto añoran su compañía. Traza desde la torre fiel el meridiano que la une
y ata a la sierra y se reconoce cautiva de la amistad. Poco importará si las
cáscaras se han ido acumulando en torno a ella mientras el vuelo de la fortuna
la evita o la bendice. Da lo mismo, siempre le dará lo mismo. Mira de frente y
reconoce las virtudes de aquellas que le dan relevo y a las que admira, cuida,
quiere y consiente. Mirará por encima del hombro al torticero que pretenda
cambiarla y guardará como leona lo que le pertenece. Asumirá el reto por
difícil que sea con el convencimiento pleno de que saldrá vencedora. No, no
pasará desapercibida, por más que no lo busque. Nació para dejar constancia y
así se manifiesta cuando asciende hacia el llano en busca de querencias. Si la
fortuna os depara la oportunidad de cruzaros con ella no tendréis que realizar
ningún esfuerzo para saber quién es. La carcajada sobresaliente la identificará
al instante mientras el cricreo de una nueva bolsa de plástico recién abierta
le da paso. Puede que segundos después, las sillas de playa aparezcan pidiendo
turno convenientemente Apiladas sobre una capa azul que las custodian y
esperan. Por más que no quiera reconocerlo, las bolas ya cantaron para ella
suficientemente el premio que se merece.
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