1. Miguel Jomi
Los sitios permanecen y con ellos perduran quienes
les dan potestad. Basta con echar la vista atrás y recordar que no hace tanto
descubriste aquel rincón que jugaba a ser el camarote del barrio marítimo y dar
por válida tu experiencia. Allí, escudado tras la barra, permanece Miguel. Y lo
hace pertrechado a sotavento de las salazones y a barlovento de los afilados
instrumentos que la sapiencia que le es propia. Con el sextante oculto de les
dan forma. Ha menguado y se le adivina un punto de melancolía por encima de las
bolsas de sus ojos. Permanece atento a todo el movimiento que las olas nacidas
de los batientes de la puerta manifiesten. Escruta y selecciona sin necesidad
de demostrar su experiencia decidirá en qué lugar mereces ser ubicado y
sentirte como en casa. Pide y espera. O mejor no pidas y que él decida por ti.
Realmente lo lleva haciendo tanto tiempo que nada será descubierto. Aquel tiempo
en el que la casualidad te hizo llegar ha pasado demasiado deprisa. La calle ha
ganado el espacio que los tricornios habitaran y sigues teniendo la sensación
de estar en el lugar adecuado en el momento preciso. La máquina de petacos
sigue luciendo orgullosamente el número treinta y cinco. Echas de menos a aquel
aprendiz que se aventuraba como auténtico clon de Miguel y de sí mismo se
desprende la dualidad del abandono. Se presta coqueto a la foto como aquel que
acostumbrado está a la fama y no le importa el sacrificio. La prudencia te
aconseja no indagar más en las decepciones de una vida acostumbrada al ritmo de
la caducidad. Miras a través de la ventana y descubres cómo el interrogante se
dibuja en los arribistas penúltimos que han llegado desde el boca a boca.
Pasan, observan y das por hecho que serán los siguientes galeotes cautivados
por el ritmo de estos remos. La plancha sigue emitiendo carraspeos y Miguel se
mimetiza en el lanzador de triples que ajusta las monedas al cubo de las
propinas. Sobre la proa, retazos de vida, instantáneas de un modo de ser. Este
viejo lobo de mar sigue persiguiendo entre sueños a la ballena blanca para
demostrarle que ningún reto se le muestra insalvable. Regresé sobre el monocasco
de la casualidad llevado por la curiosidad. La quilla del sabor recuperó la
rosa de los vientos que siempre surca Nazaret.
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