martes, 5 de febrero de 2019


1. Miguel Ángel C.P.



La primera imagen que me llegó de él cuando la cibernética actual se puso de parte fue la de aquel chaval de voz rotunda. Aquel chaval que solía acompañar al abuelo Emeterio cuando se disponía a cruzar abrazos sinceros con mi padre cada vez que el verano se hacía presente. Ellos rememoraban sus tiempos de milicias y él oteaba por encima de sus lentes aquello que se le ofrecía como escenario predispuesto. Miraba y creo que analizaba los detalles como queriendo acumularlos en la incipiente historia de vida que acabaría por demostrarse como vocación. Lucía un anillo a modo y manera de monarca heredero de una dinastía cuyo escudo de armas mostraba el emblema de la honestidad. Y en ello sigue. Quizás los anillos que acumula en sus falanges hayan visto pasar tantas revoluciones soñadas que de ellos desprenda la esperanza de la utopía. Sueña con los amaneceres desde la metáfora que a futuro desdeñe la podredumbre que tantas y tantas veces se abre paso a codazos. Vive en el camino de ida y vuelta confiando en la próxima llegada de la caravana de lo imposible a la que se subirá sin dudarlo. Y lo hará pertrechado tras la mochila cargada de lecturas que le hurten la mínima opción de conformismo. Sabe que las contradicciones forman parte de los argumentos del desánimo y las mínimas dudas las disipa brindando hacia el horizonte en cada amanecer que las olas le brindan. Podría pasar por ser el sheriff implacable del duelo en el O.K. Corral del que saldría vencedor. Echa de menos los ayeres que abrieron abanicos como modo de planteamientos existenciales. Sería el abanderado que encabezase la revuelta de las Tullerías con la tricolor ondeante. De sus yemas nacerán las guillotinas escritas que dejarán constancia de quien es quien en cada momento, en cada circunstancia. La alternancia que cubre sus pensamientos le hace virar del maqui boinado al pessoaniado alado y luso que todo lo sueña, que todo lo vive. Ha cruzado la meta que marca la mitad y el regreso no supondrá una duda que desdiga un creo de vida. Por si la flaqueza tuviese la tentación de hacerle reo, el máuser del recuerdo le aportará los corolarios que tanto asimiló y adosó a su modo de hacer. Una vez más, un febrero más, la página cierra y abre al unísono un nuevo capítulo. Solamente él, será capaz de determinar el epílogo. Posiblemente la trinchera precise ser reforzada y en eso está, en eso permanece. Aquella mirada escrutadora por encima de la montura de sus gafas ya lo anticipó y a fe que acertó de pleno.     

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