viernes, 1 de febrero de 2019


La carta esférica

Dejarse llevar por una firma suele acarrear un riesgo. Para bien o para mal, la satisfacción o la decepción aparecerán a nada que concluyas la lectura de la obra. Puede que reincidas o rechaces de plano al autor o autora de la misma. Puede que asumas como tuyo el papel de admirador o el de ajeno destinatario de sus letras. Sea como fuere, después de leerle infinidad de artículos en los suplementos semanales, alguno de sus títulos llegó a mis manos. Si llega el caso los comentaré convenientemente y si no es preciso pasaré de largo, de puntillas sobre la impresión producida como lector. El hecho es que “La carta esférica” ha aparecido hoy y a ella me voy a dirigir. Y lo haré después de ingerir varias biodraminas que sean capaces de evitarme el mareo de semejante travesía. Te embarcas en un argumento que se dispone a navegar en busca de pecios o tesoros hundidos y ya no tienes posibilidad de huir. La trama te otorga el papel de grumete y de proa a popa intentas no saltar por la borda en mitad de la tormenta que provocan la infinita sucesión de términos náuticos. Te pierdes y no existe un sextante capaz de orientarte en mitad del oleaje. No sabes si lanzar al cielo una bengala que solicite tu rescate o dejarte llevar y que sea lo que Neptuno quiera. Vislumbras de lejos el perfil de la costa y ansías encallar lo más rápidamente posible aun que el precio a pagar sea permanecer robinsonianamente recluido en una isla llamada pérdida de tiempo. Definitivamente, no eres ni vas a ser nunca un lobo de mar. Las velas de la nave lectora se hincharon provocando  tu ilusión y no hubo forma. Los corales, las corrientes, los faros, los arrecifes y los infinitos términos oceánicos ni te suenan ni te van a adoptar.  Da lo mismo si el Mediterráneo se ha ofrecido como escenario si nada te invita a surcarlo en pos de un desarrollo de una historia que te deja indiferente. Empiezas a entender que todo el mundo tiene limitaciones y supones que no solamente tú serás capaz de reconocerlas. Sea como sea, el cabotaje de esta carabela se hace eterno y el monocasco de la empatía hace aguas sin remedio. Si alguien la disfrutó, enhorabuena; si alguien la gozó, enhorabuena; si alguien se perdió, que encienda una hoguera y lance señales de humo y espere el rescate.

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