lunes, 4 de febrero de 2019


Oposiciones





Como si de una lucha de gladiadores se tratase, así se plantean, así salen a la arena de la competitividad, así se manifiestan. Tiempos de estudios que se dan por válidos y renuncias al ludo se dan por bien empleados en el mismo instante en el que la hora de la verdad llama a la puerta. Y entonces, cuando los nervios se han intentado aplacar de todos los modos posibles, el reloj de la cuenta atrás echa a andar. Fuera del recinto, quienes hemos participado de un modo callado en ese empeño, acompasamos los latidos a los minutos de espera. Fluctuamos entre la esperanza y el pesimismo y únicamente pedimos equidad y equilibrio entre la inversión y el resultado final. Pasan las horas y el viento de la espera se reviene en un intento de alejarnos la inquietud. Retrocedemos a años en los que las circunstancias se hicieron semejantes y todo nos deja un sabor a “déjà vu” con décadas de diferencia. De modo que das por bien empleado el designio que te llevó por el derrotero que pensaste conveniente. Recuerdas aquel examen que llegó a ser sobresaliente en el noventa y uno. Recuerdas cómo  entre la maraña de créditos se escamotearon días, semanas o meses. Recuerdas cómo aquellas cinco diezmilésimas trazaron la línea divisoria del no sin tener tú más opción que asumir la decepción del cincuenta y dos de cincuenta posibles. Y el tiempo te deja entrever que quizás fue lo mejor que te pudo pasar. Nadie lo sabe y nadie sería capaz de asegurar que otro fin habría sido mejor. Por eso, cuando la situación se reencarna, todo lo ves desde otra perspectiva. Reconsideras las vías del tren de la vida que marcan caminos hacia futuros por descubrir. Recapacitas para volver a dar importancia a lo importante y desde la serenidad que otros intentan hurtarte sonríes cínicamente. Compruebas cómo unos ineptos han presentado un cuestionario parido por algún programa informático ajeno a la realidad. Compruebas cómo otros ineptos eludirán responsabilidades mirando hacia otro lado. Compruebas cómo las respuestas de multitud de preguntas se volatilizan ante la inexistencia de las mismas en la realidad que los ineptos desconocen. Compruebas hasta qué punto es capaz de llegar la estupidez cuando se le da al estúpido la posibilidad de mando organizativo.  Y entonces, solamente entonces, agradeces al destino el haberte privado de aquellas diezmilésimas que te habrían convertido en alguien diferente a quien eres. Lo único que lamentas es no poder poner remedio a situaciones venideras que acabarán llenado de indignación a quienes son demasiado jóvenes para entender el porqué de todo esto. Ahora, creedme, cuando vuelva a ver aparecer el furgón blindado con los exámenes futuros convenientemente custodiados,  echaré de menos a alguien que sea capaz de llevárselo como aquel precursor llamado Dioni hizo en su día. Probablemente cuando abra los sobres descubra cuánto de barata se tasa la gilipollez.

No hay comentarios:

Publicar un comentario