Oposiciones
Como si de una lucha de
gladiadores se tratase, así se plantean, así salen a la arena de la
competitividad, así se manifiestan. Tiempos de estudios que se dan por válidos
y renuncias al ludo se dan por bien empleados en el mismo instante en el que la
hora de la verdad llama a la puerta. Y entonces, cuando los nervios se han
intentado aplacar de todos los modos posibles, el reloj de la cuenta atrás echa
a andar. Fuera del recinto, quienes hemos participado de un modo callado en ese
empeño, acompasamos los latidos a los minutos de espera. Fluctuamos entre la
esperanza y el pesimismo y únicamente pedimos equidad y equilibrio entre la
inversión y el resultado final. Pasan las horas y el viento de la espera se
reviene en un intento de alejarnos la inquietud. Retrocedemos a años en los que
las circunstancias se hicieron semejantes y todo nos deja un sabor a “déjà vu”
con décadas de diferencia. De modo que das por bien empleado el designio que te
llevó por el derrotero que pensaste conveniente. Recuerdas aquel examen que
llegó a ser sobresaliente en el noventa y uno. Recuerdas cómo entre la maraña de créditos se escamotearon
días, semanas o meses. Recuerdas cómo aquellas cinco diezmilésimas trazaron la
línea divisoria del no sin tener tú más opción que asumir la decepción del
cincuenta y dos de cincuenta posibles. Y el tiempo te deja entrever que quizás
fue lo mejor que te pudo pasar. Nadie lo sabe y nadie sería capaz de asegurar
que otro fin habría sido mejor. Por eso, cuando la situación se reencarna, todo
lo ves desde otra perspectiva. Reconsideras las vías del tren de la vida que
marcan caminos hacia futuros por descubrir. Recapacitas para volver a dar
importancia a lo importante y desde la serenidad que otros intentan hurtarte
sonríes cínicamente. Compruebas cómo unos ineptos han presentado un cuestionario
parido por algún programa informático ajeno a la realidad. Compruebas cómo
otros ineptos eludirán responsabilidades mirando hacia otro lado. Compruebas
cómo las respuestas de multitud de preguntas se volatilizan ante la
inexistencia de las mismas en la realidad que los ineptos desconocen.
Compruebas hasta qué punto es capaz de llegar la estupidez cuando se le da al
estúpido la posibilidad de mando organizativo. Y entonces, solamente entonces, agradeces al destino
el haberte privado de aquellas diezmilésimas que te habrían convertido en
alguien diferente a quien eres. Lo único que lamentas es no poder poner remedio
a situaciones venideras que acabarán llenado de indignación a quienes son
demasiado jóvenes para entender el porqué de todo esto. Ahora, creedme, cuando
vuelva a ver aparecer el furgón blindado con los exámenes futuros
convenientemente custodiados, echaré de
menos a alguien que sea capaz de llevárselo como aquel precursor llamado Dioni hizo
en su día. Probablemente cuando abra los sobres descubra cuánto de barata se
tasa la gilipollez.
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