1. Eve C.
Puestos a reducir, reduzcamos su nombre a petición
propia. No es que lo exija, no. Simplemente lo sugiere a modo de advertencia
cálida escondiendo la venganza que te reserva si así no lo haces. Es broma,
evidentemente, es broma, todo lo anterior. Llegó como Scheherezade de las mil y
una noches a lomos de una alfombra surcadora de aventuras y vientos de
marjales. Vino envuelta en los tafetanes de una ironía personal que solamente
los amantes de la filosofía autócrata saben apreciar. Aterrizó sin alharacas
falsas y así dejó claras sus opciones. Ella, que a modo de mapamundi cubre su
dermis, sueña con las eternas madrugadas que prolongan la penúltima despedida
desde la barra del pub golfo que se preste a ser confesionario final. Podría
entonar cualquier estrofa que surgiese en mitad de una mirada y colocaría el
estribillo pertinente como cierre del acorde. Capaz de vagar por los entresijos
del soneto intentando conseguir el ritmo consonante que lo magnifique. Velará
por seguir las huellas de Sofía cada vez que esta coja temblorosa el abrecartas
de la recién recibida. Imaginará un fondo inacabable en el armario de sus
sueños sobre el que encontrar la pieza no repetida y evitarse la monotonía.
Libará de las fuentes de las pócimas secretas que le hurten fluidos
innecesarios y de semejantes hontanares horadará lo suficiente hasta encontrar
la cuna del yacimiento. Sujeta a convencionalismos que asume necesarios,
imbatible por más intentos que el desaliento lance, será quien interprete todos
los papeles que el teatro de la vida le exija. Mirará de frente y del bífido
sarcasmo exhalará la cicuta que actuará homeopáticamente sobre la tibieza del
receptor. Walkiria de la walhalla destinada a los héroes capaces de demostrarle
valor, trenzará sus postizos mientras escancia el vino eucarísticamente pagano.
Hechicera que mira las líneas de su mano buscando respuestas sin plantear
interrogantes. Ella, Eve, será la hurí favorita del harem a nada que el sultán obtenga
el permiso que ella le otorgue. Si tenéis valor, acercaos e intentad seguir el
ritmo que os marca. Podréis suponer que es tan reflexivo y lento como aparenta.
Tranquilos; en breve, os daréis cuenta del error de vuestra apreciación. Mirará
displicente al incauto que ve en ti y callará para sí el calificativo final.
Sería demasiado hiriente y no, no es de las que guste dañar gratuitamente.
Bastantes pespuntes ha trazado la máquina que su antebrazo delata como para no
diferenciar el límite de toda frontera. De los afeites que intentan camuflarla,
ni caso; no son más que máscaras protectoras que de cuando en cuando Christine Daaé le aconseja llevar.
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