La
prisa
Esa compañera constante que a
modo de sombra permanente nos subyuga en el día a día ya la que hemos admitido
sin pedirle explicaciones. Desde temprana edad nos acostumbran, y lo que es
peor, acostumbramos a los que nos siguen, a darla por bienvenida. Por eso
emprendemos una carrera absurda hacia lo imprescindible que se nos presenta
como zanahoria ansiada a la que perseguir y nunca alcanzar. Ahora llamamos estrés al resultado final al que nos aboca la susodicha cuando acelera
nuestro reloj vital. Nadie será capaz de
disfutar de unos minutos más en el despertar a la mañana porque caso de hacerlo
el remordimiento aparecerá a cada instante. Allí se irán sumando las
consecuencias de haber perdido el tiempo ante el sibilino canto del despertador
vengativo. Y sobre la chepa luciremos el cansancio que provoca el
remordimiento. Mentalmente solucionaremos los imprescindibles avatares que tan
prescindibles serían a nada que los analizásemos bien. Eso sí, desde el asiento
del vehículo que nos trasladará a la
obligación de modo mecánico soltando una salva de noticias luctuosas, programas
musicales aderezados de humor, previsiones meteorológicas y un sinfín de
motivos más que se sumarán a la prisa que nos anuda la corbata del tiempo. Soñaremos
con la llegada del fin de semana para poner en práctica aquello que más motivos
de satisfacción nos aporta en el tiempo de ocio. Y estaremos tan acostumbrados
al acelerón que no seremos capaces de saborearlo convenientemente. Tomaremos
esas horas como exprimidor de tiempos que acabarán por dejarnos insatisfechos.
Llegará el mediodía del domingo y casi nos vestiremos de luto aunque nos queden
horas de las que gozar por estar
maleducados al respecto. Y soñaremos con las vacaciones a las que llegaremos
con esa carga de previsiones que necesitarán de otras vacaciones para descansar
de aquellas. Lo dicho, alguien se ha encargado de acelerar el tiempo y ninguno
hemos sido capaces de echar el freno. Me viene a la memoria el hecho de ir a
por el pan que nuestras madres practicaban tan a menudo y en esa instantánea se
resume lo perdido en aras a no se sabe qué. O las tertulias de café al olor del
dominó. O las tardes de juegos en pleno campo. O tantas y tantas situaciones en
las que la devoción imponía su criterio. Ahora que tan de moda está el hecho de
multar a los excesivamente veloces, quizá sería el momento de meditarnos si
merece la pena tal celeridad. La estamos sufriendo en nuestras propias vidas y
lo que es peor, le estamos haciendo extensiva a nuestros descendientes como principal
mecanismo a utilizar a la hora de no sufrir retrasos. ¿Retrasos en su inserción
social en la que estamos empezando a dejar de creer? Pensémoslo o el día menos
pensado un epitafio nos firmará, eso sí, de modo lento y permanente nuestra
llegada a la meta que a lo peor no queríamos atravesar.
Jesús(http://defrijan.bubok.es)
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