viernes, 9 de mayo de 2014


     El bidón de gasolina

Casi me viene a la memoria el segundo tomo de la popular trilogía escandinava que acaparó éxitos editoriales en base al género policíaco que tanto juego suele dar. Desconozco  en profundidad el argumento y de oídas me he estado haciendo una idea del mismo. Supongo que la grana Ágata ya cubrió mis ansias por este subgénero y por lo tanto lo aparqué. Pero no deja de sorprenderme la similitud del título con la actualidad real en la que se pone de manifiesto la contradicción entre las leyes y las respuestas viscerales que cualquier humano aduciría si le llegase el caso. De las primeras no haré mención por no estar preparado a adentrarme en ese laberinto que conforma la legislatura. Supongo que quienes se encargan de aplicar la ley lo hacen desde la pulcritud en su aplicación sopesando todos los pros y contras. Seguro que así lo hacen. Pero no deja de dejarme atónito como padre el hecho de que sea recluida entre rejas  una señora por aplicar desde la ley materna la norma de Talión para dar respuesta al violador de su hija. Dejando a un lado la morbosidad que puedan acarrear los detalles de tal venganza, y buscando un equilibrio entre la ley que nos aplicamos o nos aplican como ciudadanos, con la visceralidad materna al ejecutar la condena a quien abusó de su hija, reconozco que no tengo fácil la consecución de la ecuanimidad. Desde fuera, si no nos afectase, seguro que todos abogaríamos por los códigos escritos; desde dentro, a nada que nos sintiésemos padre o madre de la víctima primigenia, seguro que la respuesta se asemejaba muchísimo a la de esa madre. No trato de abanderar ninguna proclama que pase un borrador sobre el derecho de cualquier ciudadano. Pero tampoco me voy a situar detrás de aquellos que abanderan postulados de derechos que acaban vulnerando al principal derecho que es el sentido común. Mientras tanto, una madre que defendió como tigresa a quien había sido objeto de abuso y oprobio acaba de traspasar la difusa línea que separa la libertad de la reclusión. En ese mismo instante, aquellos que lo han permitido, han vuelto a traspasar la palpable línea que separa la cordura de la insensatez. Confiemos en que el destino no nos sitúe en la misma posición que a esta madre a la hora de decidir cómo actuar. De cualquier modo, yo, lo tengo clarísimo. Cualquier día de estos comenzaré la lectura de la trilogía, sabiendo, eso sí, que es ficción y que en la vida real esas situaciones no se suelen dar. ¡Seré incauto!

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