domingo, 27 de julio de 2014


107.       Maullidos en la Gran Manzana ( capítulo IV)

Decidimos desintoxicarnos de los paseos por la cara salvaje de la ciudad que inmortalizase  Lou Reed y  emprendimos ruta hacia el suroeste en busca de los orígenes libertarios de la nación que se alzó como paradigma de igualdades. Amplitud de vías que atravesaron estados nos llevaron a la capital federal. Supimos de su diseño en forma de rombo siguiendo ciertas reglas masónicas que Washington reglase sobre lo que fue un cenagal.  En ella, una cruz de verdes es formada por el Memorial de Lincoln, el Capitolio, el Memorial de Jefferson y la Casa Blanca, con un Obelisco central que lleva el nombre de la ciudad. En la brevedad del tiempo del que disponíamos fuimos testigos de cómo el espíritu independiente seguía presente en un desfile improvisado por jovencitos vestidos de patriotas antibritánicos. Ascendimos los escalones para echarnos en cara al presidente antiesclavista inmortalizado en mármol por un escultor que rindió a su hijo sordomudo un homenaje al esculpir en su idioma las iniciales A y L. Contemplamos  la explanada desde la atalaya en la que Luther  King  proclamase su sueño aún por cumplir. Y llegamos a la Avenida Pensilvania para encular a la casa presidencial. Sí, digo bien, encular, porque es ahí justo detrás de la fachada principal es en donde se situó hace treinta y dos años Conchita, con el propósito que se deduce, y ahí sigue.  Ella, viguesa que se sintió injustamente tratada por las leyes a la hora de tomar para sí la custodia filial, plantó su residencia de plásticos en el mirador recto que la parte trasera de tal residencia tiene. Observar como la lucidez, la coherencia, el sentido de la justicia y la búsqueda de la reflexión que debería  aportar como resultados un mundo mejor, nacen en esa caverna de constancia que ella gobierna, fue el momento mágico que todo viaje precisa para ser recordado. Los breves minutos de charla significaron un reencuentro con el espíritu hippie que, metros más allá, las industrias cinematográfica y discográfica acabaron por fundir en pingües beneficios y modas carnavalescas. Un regusto amargo que sólo la traición a los principios destila quedó en las pupilas a la despedida. Así andábamos cuando decidimos contemplar los homenajes a los caídos en Corea y Vietnam en sus respectivos monumentos. Curioso el hecho de comprobar cómo las derrotas  se pueden  acabar sublimando  bajo un espíritu dudosamente patriótico convenientemente  envuelto en barras y estrellas. Y como colofón, la visita al cementerio de Arlington en el que un pebetero permanentemente encendido arde en honor a un apellido que supo encarnar al espíritu americano en su versión más hollywoodiense. No pude por menos que recordar que aquel funeral televisado coincidió con el de mi abuelo Ricardo y, por supuesto, no hubo color a la hora de teñir de negro mis cinco años. Paramos a contemplar  el firmamento desde el Museo Espacial  y una vez aterrizados regresamos  a los estribillos de los Ramones, a las paranoias de Woody Allen.

Jesús(http://defrijan.bubok.es)

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