107. Maullidos
en la Gran Manzana ( capítulo IV)
Decidimos desintoxicarnos de los paseos
por la cara salvaje de la ciudad que inmortalizase Lou Reed y emprendimos ruta hacia el suroeste en busca de
los orígenes libertarios de la nación que se alzó como paradigma de igualdades.
Amplitud de vías que atravesaron estados nos llevaron a la capital federal.
Supimos de su diseño en forma de rombo siguiendo ciertas reglas masónicas que
Washington reglase sobre lo que fue un cenagal. En ella, una cruz de verdes es formada por el
Memorial de Lincoln, el Capitolio, el Memorial de Jefferson y la Casa Blanca,
con un Obelisco central que lleva el nombre de la ciudad. En la brevedad del
tiempo del que disponíamos fuimos testigos de cómo el espíritu independiente
seguía presente en un desfile improvisado por jovencitos vestidos de patriotas
antibritánicos. Ascendimos los escalones para echarnos en cara al presidente
antiesclavista inmortalizado en mármol por un escultor que rindió a su hijo
sordomudo un homenaje al esculpir en su idioma las iniciales A y L.
Contemplamos la explanada desde la
atalaya en la que Luther King proclamase su sueño aún por cumplir. Y
llegamos a la Avenida Pensilvania para encular a la casa presidencial. Sí, digo
bien, encular, porque es ahí justo detrás de la fachada principal es en donde
se situó hace treinta y dos años Conchita, con el propósito que se deduce, y ahí
sigue. Ella, viguesa que se sintió injustamente
tratada por las leyes a la hora de tomar para sí la custodia filial, plantó su
residencia de plásticos en el mirador recto que la parte trasera de tal residencia
tiene. Observar como la lucidez, la coherencia, el sentido de la justicia y la
búsqueda de la reflexión que debería
aportar como resultados un mundo mejor, nacen en esa caverna de
constancia que ella gobierna, fue el momento mágico que todo viaje precisa para
ser recordado. Los breves minutos de charla significaron un reencuentro con el
espíritu hippie que, metros más allá, las industrias cinematográfica y discográfica
acabaron por fundir en pingües beneficios y modas carnavalescas. Un regusto
amargo que sólo la traición a los principios destila quedó en las pupilas a la
despedida. Así andábamos cuando decidimos contemplar los homenajes a los caídos
en Corea y Vietnam en sus respectivos monumentos. Curioso el hecho de comprobar
cómo las derrotas se pueden acabar sublimando bajo un espíritu dudosamente patriótico convenientemente
envuelto en barras y estrellas. Y como
colofón, la visita al cementerio de Arlington en el que un pebetero permanentemente
encendido arde en honor a un apellido que supo encarnar al espíritu americano
en su versión más hollywoodiense. No pude por menos que recordar que aquel funeral
televisado coincidió con el de mi abuelo Ricardo y, por supuesto, no hubo color
a la hora de teñir de negro mis cinco años. Paramos a contemplar el firmamento desde el Museo Espacial y una vez aterrizados regresamos a los estribillos de los Ramones, a las
paranoias de Woody Allen.
Jesús(http://defrijan.bubok.es)
No hay comentarios:
Publicar un comentario