108. Maullidos
en la Gran Manzana ( y capítulo V)
Metro dominical hacia el norte y
parada 125. Allí, tras descender del paso elevado hacia la avenida,
Harlem. Los pasos nos fueron guiados
hacia los ecos de la música que entorno a un órgano y batería reunía a cientos
de feligreses, Ellas, clones perfectos de Whoopi Goldberg a punto de entrar en trance ante la llegada
del fantasma amante. Ellos, réplicas exactas de Duke Ellington. Coristas con el
Aleluya permanentemente entonado y solistas con afinaciones de Godspell que tantas glorias diese a la música negra.
Allí las soflamas evangélicas se suben al ritmo incesante del coro que
sucesivamente cede turno al solista. Una vorágine de ritmo trepidante que,
indiscutiblemente, aproxima a la idea de que dios debe ser negro y pasárselo en
grande cada domingo que visite Harlem. No había hueco para la tristeza en
aquellos seres que ya la llevaron en sus genes durante siglos. Se aferraron a
la alegría y llegado el día entran a celebrarlo convenientemente ataviados.
Salir de allí con el tamborileo en el cuerpo no podía por menos que pedir
proximidad a la Catedral del Soul, al
teatro Apollo. Pisar las baldosas que
hicieron honorables los grandes del género fue un placer sólo comparable al
saber que todos los miércoles, los ochenta años de Smokey Robinson siguen entonando los inmortales
títulos que creasen el genial trío formado por
Lamont Dozier y los
hermanos Brian Holland y Edward Holland. Tributo silencioso a Marvin
Gaye y regreso desde los compases
de “ Sugar Pie Honey Bunch”.
El día pedía ritmo y el Stardust se ofreció a convertirse en
hamburguesería musical. Las canciones brotaban de quienes minutos
antes te había ofrecido sus servicios y el constante surtido de melodías nos
transportó a los distintos géneros musicales que compartían pepinillos y salsas
barbacoas. Y así llegó la noche. Una
visita a las luminarias que los miradores ofrecían de la ciudad en permanente
vela, empezaba a crear el epílogo del viaje. De fondo Mink DeVille rasgando su Spanish Stroll, Paul Auster firmándonos su trilogía y
el recuerdo empaquetado empezaban a decirnos adiós. No pude por menos que recordar a García Lorca
cuando compuso su obra titulada “Poeta en Nueva York” y con tal recuerdo cerré la maleta. Pocas
veces me mueve el deseo de repetir destino, y no creo que esta vaya a ser una excepción. En cualquier caso,
siempre he rechazado el relato previo de un viaje por hacer al llevar inscrito
el desvelo de la sorpresa. Si he sido contradictorio con mi postulado,
disculpadme. Y aquellos que seáis viajeros más cabales, no hagáis caso de todo
esto que os he relatado. En las agencias os darán cumplida información, que
obviamente, a mí me trajo al fresco conocer de antemano. Prefiero descubrir.
Jesús(http://defrijan.bubok.es)
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