lunes, 28 de julio de 2014


108.       Maullidos en la Gran Manzana ( y capítulo V)

Metro dominical hacia el norte y parada 125. Allí, tras descender del paso elevado hacia la avenida, Harlem.  Los pasos nos fueron guiados hacia los ecos de la música que entorno a un órgano y batería reunía a cientos de feligreses, Ellas, clones perfectos de Whoopi Goldberg  a punto de entrar en trance ante la llegada del fantasma amante. Ellos, réplicas exactas de Duke Ellington. Coristas con el Aleluya permanentemente entonado y solistas con afinaciones de Godspell  que tantas glorias diese a la música negra. Allí las soflamas evangélicas se suben al ritmo incesante del coro que sucesivamente cede turno al solista. Una vorágine de ritmo trepidante que, indiscutiblemente, aproxima a la idea de que dios debe ser negro y pasárselo en grande cada domingo que visite Harlem. No había hueco para la tristeza en aquellos seres que ya la llevaron en sus genes durante siglos. Se aferraron a la alegría y llegado el día entran a celebrarlo convenientemente ataviados. Salir de allí con el tamborileo en el cuerpo no podía por menos que pedir proximidad a la Catedral del  Soul, al teatro  Apollo. Pisar las baldosas que hicieron honorables los grandes del género fue un placer sólo comparable al saber que todos los miércoles, los ochenta años de Smokey  Robinson siguen entonando los inmortales títulos que creasen el genial trío formado por  Lamont Dozier y los hermanos Brian Holland y Edward Holland. Tributo silencioso a Marvin Gaye y  regreso desde los compases de  “ Sugar Pie Honey  Bunch”.  El día pedía ritmo y el Stardust se ofreció a convertirse en hamburguesería  musical.  Las canciones brotaban de quienes minutos antes te había ofrecido sus servicios y el constante surtido de melodías nos transportó a los distintos géneros musicales que compartían pepinillos y salsas barbacoas.  Y así llegó la noche. Una visita a las luminarias que los miradores ofrecían de la ciudad en permanente vela, empezaba a crear el epílogo del viaje. De fondo Mink  DeVille rasgando su Spanish  Stroll, Paul Auster firmándonos su trilogía y el recuerdo empaquetado empezaban a decirnos adiós.  No pude por menos que recordar a García Lorca cuando compuso su obra titulada “Poeta en Nueva York”  y con tal recuerdo cerré la maleta. Pocas veces me mueve el deseo de repetir destino, y no creo que esta  vaya a ser una excepción. En cualquier caso, siempre he rechazado el relato previo de un viaje por hacer al llevar inscrito el desvelo de la sorpresa. Si he sido contradictorio con mi postulado, disculpadme. Y aquellos que seáis viajeros más cabales, no hagáis caso de todo esto que os he relatado. En las agencias os darán cumplida información, que obviamente, a mí me trajo al fresco conocer de antemano. Prefiero descubrir.

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