miércoles, 9 de julio de 2014


 Fútbol

Cuando un nuevo campeonato mundial de fútbol enfila su recta final, aquellos que amamos tal deporte, no salimos del asombro presenciado en el día de ayer. Como si el Firmamento se hubiese querido manifestar al hacer coincidir el óbito de don Alfredo  Di Stéfano con el de un estilo de juego traidor a su propia esencia. No tuve la fortuna de ver jugar a La Saeta Rubia, pero todos coinciden en catalogarlo como el número uno que supo darle sentido de equipo a su prevalencia como figura. Parece ser que el pundonor, la clase, el virtuosismo iban en sus botas y nacían en su cerebro. Justamente es lo que ayer, y de un tiempo a esta parte, la selección brasileña rehusó a utilizar y así le ha ido. Recordar a aquella que se paseó por Méjico en el setenta no conseguía más que aumentar la decepción de quienes hemos visto y disfrutado de la magia sambista con el balón en los pies. Un juego de equipo es exactamente eso, un juego de equipo. Y cuando el equipo se forma a base de renuncias a tu sello el destino se venga. Justos campeones que  lo fueron  o no en base al azar nos han dejado un grato sabor que perdura en el tiempo. La Alemanía de Franz Beckenbauer, la  Holanda de Cruyff,,  la Polonia de Lato y compañía, la Francia de Platini o la de Zidane, la Argentina de Kempes o Maradona, la Dinamarca de Laudrup,  la Roja de Xavi o Casillas que acaba de cerrar una etapa gloriosa….todas optaron por el juego de conjunto en el que la magia sobresaliente de alguno de sus peones se ponía al servicio del grupo.  Y aquí la gloria o el descalabro suponen la cara o cruz que todo juego conlleva. Sea como sea, lo que anoche presenciamos quienes amamos el fútbol fue, sencillamente,  el paso de una apisonadora engrasada sobre una senda a la que le faltaba grava.  Está claro que el epitafio no pudo ser más cruel y a la par revelador. Me viene a la memoria, supongo que casualmente, aquella imagen de nuestros partidos en La Acelaílla los domingos por la tarde. Ni el sol, ni las carreras cuesta abajo a la búsqueda del balón perdido, ni la ausencia de árbitros fueron capaces de cambiar la fidelidad a un estilo que nació con nosotros y con nosotros perdura, afortunadamente.  

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