sábado, 2 de marzo de 2019


Ángel M.P.
Lo ves y tienes la sensación de estar siendo testigo privilegiado de la Revolución Mejicana. Como si de su mismo porte se desprendiesen las ansias libertarias, como si de su mirada directa se destilaran las verdades, abre de par en par sus pensamientos de modo directo. Asume que esa debe ser su carta de presentación más allá de las lomas que del campo natal promuevan. Él, que tan acostumbrado está al horizonte teñido de mieses, fluye por las hoces de la cuenca con  la mansedumbre que el buena hacer le permite. Sube y baja las empedradas calles buscando el rincón aún no descubierto y así dar a conocer el punto exacto que la belleza merece. La cortina tricolor que le refugia la espalda le sirve de credo reafirmante de un estilo de vida y modo de pensar que tan extraño sueña hoy en día. Convencimientos paridos en las cunas de las injusticias a los que Ángel intenta poner en la dirección exacta que la gatera de salida muestra. Sus portón no entiende de visados de acceso más allá de los merecidos desde el abrazo abierto. Entiende de las precariedades del alma cuando de frente intentan aportarle razones que del alma se escapan y anidan al calor de los bolsillos tintineantes. Se emociona con una puesta de sol que perfile el puente salvador de desniveles y animador de leyendas. De las angustias extraerá el aprendizaje que se encamine hacia la luz reverberante del Júcar. Poco importará si las turbas reclaman sosiegos ante el juicio inquisitorial. Para él, la fe va más allá de los calendarios y llega más acá de los misterios por desentrañar desde la razón. Si llegara el caso, luciría el sombrero y formaría parte del mariachi pertrechado tras el guitarrón. No temáis si veis que le custodian dos cartucheras. Las balas son de fogueo y su intención no deja de ser más que disuasoria. Probablemente el cretino que se le venga encima enseguida entenderá que la derrota le espera y no tendrá posibilidad de revancha. Se habrá topado con un ser más firme de lo que imaginaba, que le dejará argumentar, sin duda, y que al final le sonreirá displicente con un gesto compasivo como respuesta a aquellos teoremas que le son inaceptables. Cazador de ilusiones al que es imposible no dedicar atención por más que aparente fiereza. Hacedle un hueco, si tenéis ocasión. Poco tardaréis en comprobar cómo es y entenderéis que su retrato no lleva la firma errada que podría suponerse. Acompañadle en el coro del corrido que hoy, un año más, seguro que entona.    

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