Ángel M.P.
Lo ves y tienes la sensación de estar
siendo testigo privilegiado de la Revolución Mejicana. Como si de su mismo
porte se desprendiesen las ansias libertarias, como si de su mirada directa se
destilaran las verdades, abre de par en par sus pensamientos de modo directo. Asume
que esa debe ser su carta de presentación más allá de las lomas que del campo
natal promuevan. Él, que tan acostumbrado está al horizonte teñido de mieses,
fluye por las hoces de la cuenca con la
mansedumbre que el buena hacer le permite. Sube y baja las empedradas calles
buscando el rincón aún no descubierto y así dar a conocer el punto exacto que
la belleza merece. La cortina tricolor que le refugia la espalda le sirve de
credo reafirmante de un estilo de vida y modo de pensar que tan extraño sueña
hoy en día. Convencimientos paridos en las cunas de las injusticias a los que
Ángel intenta poner en la dirección exacta que la gatera de salida muestra. Sus
portón no entiende de visados de acceso más allá de los merecidos desde el
abrazo abierto. Entiende de las precariedades del alma cuando de frente
intentan aportarle razones que del alma se escapan y anidan al calor de los
bolsillos tintineantes. Se emociona con una puesta de sol que perfile el puente
salvador de desniveles y animador de leyendas. De las angustias extraerá el
aprendizaje que se encamine hacia la luz reverberante del Júcar. Poco importará
si las turbas reclaman sosiegos ante el juicio inquisitorial. Para él, la fe va
más allá de los calendarios y llega más acá de los misterios por desentrañar desde
la razón. Si llegara el caso, luciría el sombrero y formaría parte del mariachi
pertrechado tras el guitarrón. No temáis si veis que le custodian dos
cartucheras. Las balas son de fogueo y su intención no deja de ser más que
disuasoria. Probablemente el cretino que se le venga encima enseguida entenderá
que la derrota le espera y no tendrá posibilidad de revancha. Se habrá topado
con un ser más firme de lo que imaginaba, que le dejará argumentar, sin duda, y
que al final le sonreirá displicente con un gesto compasivo como respuesta a
aquellos teoremas que le son inaceptables. Cazador de ilusiones al que es
imposible no dedicar atención por más que aparente fiereza. Hacedle un hueco,
si tenéis ocasión. Poco tardaréis en comprobar cómo es y entenderéis que su
retrato no lleva la firma errada que podría suponerse. Acompañadle en el coro
del corrido que hoy, un año más, seguro que entona.
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