jueves, 22 de marzo de 2018


1. Dominique



La vi pasar por la acera a mitad de embaldosar y no salí de mi asombro. Acostumbrado a lo de costumbre, ella, cuyo nombre ignoraba, portaba un estandarte de sobre sí misma al que era imposible dejar de prestar atención. Ahora mismo no recuerdo si el sombrero era rojo y combinaban con los topos rojos de las medias o si el abrigo era de color blanco y combinaba con la tapicería de su coche. No lo recuerdo, de verdad, y creo que poco importa. Es más, con el transcurso de las escasas veces en las que me he cruzado con su paso, sigo sin dejar de  admirar el modo en el que basa su imagen. Podría parecer la más pija de las pijas y se daría por válida esa afirmación. Incluso parecería necesaria una mirada altiva por su parte para dejarte bien a las claras tus nulas posibilidades de juez sobre ella. Nada de ello sería preciso como salvoconducto cuando tuvieses la mínima oportunidad de reconocerle tu admiración. El atrevimiento que expande va parejo a la dosis de locura que todo lo cura a nada que lo intentemos. Pasa de opiniones y lo hace desde el convencimiento de saberse dueña de sí misma. Poco importarán los halos que destilen envidias a esta que de la Galia toma su nombre. Pareciera como si Versalles la reclamara para darle lustre al Salón de los Espejos en unas vísperas revolucionarias. Poco importaría la subida del precio del pan. Sería capaz de ascender al patíbulo guillotinesco con la suficiencia que su sonrisa acredita y el perdón le sería concedido de inmediato. Menuda como la brisa que llega de la marjal, sabe que la vida se compone de momentos y a ellos se aferra desde la más sensata de las provocaciones. Estudia hacia dentro y luce un indisimulado despiste que levanta el vuelo de la falda para abanicar a las tristezas. Puede que en el momento más inesperado me la vuelva a cruzar  y sonría. Sin duda, ese será el marco mejor barnizado que podrá ponerle a todo lo anterior. Y sabrá que si errado fue el diseño, el error supuso una apuesta ciega sobre la ruleta del par y pasa. Seguro que se sigue sorprendiendo de que alguien sea capaz de encontrar sorpresa en lo que en ella es pura naturalidad. La extravagancia para unos dejó de serlo para quien es capaz de saltarse a la torera las normas que tanto coartan a los espíritus libres de las almas risueñas.

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