miércoles, 21 de marzo de 2018


 Vitorieta



De ella podría decirse que jamás las diferencias le fueron más ignoradas. Tenía sobre sí la ternura que se sabe y se acumula cuando el resto de las virtudes le hacen hueco para otorgarles privilegios. De su mandil extraía cada resto de caricias de las que se hacía merecedora y a las que daba remite cuando las expandía vestidas de sinceridades. Rasgaba su mirada en un intento de empaparse de todo cuanto la rodeaba como si la vida le debiese tiempos y pugnase por recuperarlos, por destilarlos, por exprimirlos. Directa con el halago y menuda desde su sombra expandía desde la Umbría un halo mimético de cariño que se teñía de nieves sobre los pensamientos cercanos. La menudencia de su talle la encumbraba hacia la Horadá como si de las Pávanas buscase refugio innecesario sobre el que recoger vientos del valle para embarcar sueños. Dicharachera hasta la extenuación, calzaba sobre sus monturas las dioptrías que le permitían ver más allá de lo que muchos suponían y muchos más ignoraban. Y se hacía de querer. Posiblemente de las brochas discernió el valor de la cal a la hora de enjalbegar conciencias y diluir pesares. Puede que en más de una ocasión imaginase respuestas a interrogantes no lanzados al albor de la lumbre. Fue una más y de las limitaciones se tomaron ejemplos y modos de conductas que tantas veces se hacen necesarias poner en valor buscando equidades. Ahora que tan de moda están los pregones, tan en primera línea las reclamaciones, tan en vanguardia las equidades, pienso en ella y en ella veo a la abanderada que las lució sin alharacas ni estrépitos. Paso por donde sus huellas pasaron y tras la puerta azul la sigo escuchando. Un rostro añadido a la orla de las inocencias sigue reclamando el hueco y el hueco se le otorga por merecido. La coleta de lacios cabellos hace tiempo que dejó de anudarse sobre la nuca de aquella que supo ser lo que pocos intuyen. La cuesta empedrada recuerda la liviandad de su transitar cada vez que las escarchas intentan alfombrar el descenso hacia la Plaza. El perfil de las miradas rasgadas y los pómulos redondeados  será lo de menos. Ella, asida del brazo de aquella que la trajo a la vida, sonreirá de nuevo y sabrá que el recuerdo permanece enmarcado entre los barnices perpetuos de quienes saben de la no existencia de las diferencias entre las bondades de las almas inocentes.

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