Vitorieta
De ella podría decirse que
jamás las diferencias le fueron más ignoradas. Tenía sobre sí la ternura que se
sabe y se acumula cuando el resto de las virtudes le hacen hueco para otorgarles
privilegios. De su mandil extraía cada resto de caricias de las que se hacía
merecedora y a las que daba remite cuando las expandía vestidas de sinceridades.
Rasgaba su mirada en un intento de empaparse de todo cuanto la rodeaba como si
la vida le debiese tiempos y pugnase por recuperarlos, por destilarlos, por
exprimirlos. Directa con el halago y menuda desde su sombra expandía desde la
Umbría un halo mimético de cariño que se teñía de nieves sobre los pensamientos
cercanos. La menudencia de su talle la encumbraba hacia la Horadá como si de
las Pávanas buscase refugio innecesario sobre el que recoger vientos del valle
para embarcar sueños. Dicharachera hasta la extenuación, calzaba sobre sus
monturas las dioptrías que le permitían ver más allá de lo que muchos suponían
y muchos más ignoraban. Y se hacía de querer. Posiblemente de las brochas
discernió el valor de la cal a la hora de enjalbegar conciencias y diluir
pesares. Puede que en más de una ocasión imaginase respuestas a interrogantes
no lanzados al albor de la lumbre. Fue una más y de las limitaciones se tomaron
ejemplos y modos de conductas que tantas veces se hacen necesarias poner en
valor buscando equidades. Ahora que tan de moda están los pregones, tan en
primera línea las reclamaciones, tan en vanguardia las equidades, pienso en
ella y en ella veo a la abanderada que las lució sin alharacas ni estrépitos. Paso
por donde sus huellas pasaron y tras la puerta azul la sigo escuchando. Un
rostro añadido a la orla de las inocencias sigue reclamando el hueco y el hueco
se le otorga por merecido. La coleta de lacios cabellos hace tiempo que dejó de
anudarse sobre la nuca de aquella que supo ser lo que pocos intuyen. La cuesta
empedrada recuerda la liviandad de su transitar cada vez que las escarchas
intentan alfombrar el descenso hacia la Plaza. El perfil de las miradas
rasgadas y los pómulos redondeados será
lo de menos. Ella, asida del brazo de aquella que la trajo a la vida, sonreirá
de nuevo y sabrá que el recuerdo permanece enmarcado entre los barnices perpetuos
de quienes saben de la no existencia de las diferencias entre las bondades de
las almas inocentes.
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