viernes, 18 de abril de 2014

Gabo
Suele ser la envidia uno de los pecados capitales más repudiados, a la par que escondido, por quien la pone en práctica. Su sola mención nos repudia ante nosotros mismos por sabernos dueños de la flaqueza ante la grandeza del otro. Rumiamos la desgracia de no llegar a ser capaces de aproximarnos a lo que emana el envidiado y estamos condenados a vagar por las tinieblas mediocres. Podremos soñarnos aprendices sabiendo que jamás nos aproximaremos a la luz que de ellos se desprende y ahí nuestra condena. El único consuelo que nos queda es el comprobar que somos uno más de los peones envidiosos en el tablero donde sólo el rey perdura y perdurará por siempre. Seremos sacrificados por la insustancialidad mientras el monarca será eterno. Por eso, hoy que me ha llegado la noticia de su retiro, me siento triste cuando debería sentirme dichoso. La edad empieza a cobrarse su peaje y se empieza a despedir como sólo los grandes lo saben hacer. Una carta en la que todo él aparece en el más puro estilo que siempre marcó su pluma. Y los Buendía empiezan a decorar a Macondo para que perdure como nido festivo de ayer y de mañana. El pelotón de fusilamiento cargará salvas de cumbias con las que señalar los pasos al más allá, que curiosamente, permanecerá en el más acá. La pollera colorá vestirá de ondas coloridas las tardes de verbenas.La guayabera almidonada reclamará su espacio para calzar el torso del noble nobel inmortal que la tomó por suya. Será una crónica de inmortalidad anunciada porque nada es capaz de aniquilar a quien usa las letras como melodiosa mezcla de sentimientos universales. Y mientras, el barco seguirá remontando el río con la cólera del duelo que el amor trajo a los tiempos de esperanza. Y la indiana cartagenera que le recluyó, henchirá su pecho de orgullo por saberse el último buró que tuvo el privilegio de adoptarlo. Los rizos de nieve que pincelaron sus pensamientos han decidido derretirse, que no fundirse. Y ahora, sin que se me note en exceso, cumpliré mi penitencia al saberme envidioso. Prometo hacer esfuerzos para simularme escaso ante el maestro. Quiera el destino secuestrarme la petulancia que supondría el hecho de fingirme en secreto ser lo que no soy ni seré. Sólo pido clemencia cuando, incauto de mí, al mirarme al espejo, sueñe con que las briznas bisectrices que rayan mi rostro, me mimeticen en alguien que se le asemeje. Hasta que ese momento llegue, me reconozco Salieri, pido perdón, y le doy las gracias por haber existido.
Jesús(defrijan)

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