lunes, 28 de abril de 2014


      Campanadas de boda

Siempre resulta expectante el hecho de asistir a una boda como invitado. Dejando aparte el dilema sobre el vestuario a lucir en la misma, la inquietud se une a la ilusión compartida con aquellos que te han hecho partícipe de la misma demostrando su cariño hacia ti, y en ella te embarcas dejándote llevar por los acontecimientos. Pues eso fue, ni más ni menos, lo sucedido ayer en la representación teatral que La Cubana tuvo a bien mostrarnos a los que tuvimos la suerte de asistir a su función. El tema en sí, la boda entre una joven valenciana con raíces aragonesas y un hindú al que conoció un año antes actuando en el teatro, dio más juego del que nadie hubiese sospechado. Nadie, excepto aquellos que ya saben del buen hacer de semejante compañía teatral. Personajes bien estructurados, movimientos de decorados tan veloces como sutiles, intervenciones justas en las que el humor no llevaba el sobrepeso de la chabacanería y todo un ramillete, nunca mejor dicho, de actrices y actores que daban color y realismo a las escenas. Lo de menos en sí hubiese sido el desenlace de tal enlace. Pero ahí estaba otro de los momentos cumbres de la representación. Como buenos invitados espectadores fuimos engalanados con pamelas y, tocados a modo de aderezos para que las fotos respondiesen al reportaje merecedor de tal evento. Mientras tanto, todo el teatro se convirtió en el vivero más florido que nunca jamás sospechásemos con cientos de motivos florales que le cambiaron el aspecto. Risas en el escenario, risas en el patio de butacas y risas entre la lluvia de pétalos que cayó a medida que la novia se dirigía al escenario a recibir por poderes a su novio desde Bombay. Sublimes la entrega del ramo por parte del enviado de la familia del novio, la hornacina de madera que acompañaba a la tía de la novia, el baile bollywoodiense en el que nos vimos envueltos, el desfile de las damas de honor elegidas de entre el público, el testimonio de los testigos que subieron a dar fe del enlace al escenario. Lo dicho, una absoluta locura divertidísima que desde la sabiduría inteligente del buen hacer logró que dos horas y media de celebración mereciesen la pena. Y sin una sola concesión al mal gusto. Y eso, hoy en día, es un lujo por el que merece la pena invertir el tiempo. Prometieron que las fotos estarían hoy a disposición de quienes las quieran disfrutar. Si tenéis curiosidad, buscadlas y os haréis una idea de lo que fue y de lo poco exagerado que he sido al contaros el enlace.¡ Que vivan los novios y el buen teatro!
 

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