lunes, 10 de abril de 2017

La turbas


Que a nadie se le ocurra cambiar el nombre a la procesión si llega a Cuenca. La vulgaridad está de más y no se admite en la madrugada que enlaza al Jueves Santo con el Viernes Santo. Un acto más en el que las escenas de la Pasión cobran vida saliendo a la calle y descendiendo a ritmo de tambores los cofrades convertidos en plebe vociferante reclamando crucifixión. Todo esto en el entorno que la Ciudad Encantada presta año tras año al capítulo renovador de la fe mientras el frío intenta colarse entre las rendijas del alma. Y como comparsas, aquellos que acuden al grito de la algarabía con el equívoco propósito de presenciar lo que sólo los simples pueden buscar. No, no es un delirio alcohólico el que envalentona los improperios. Ni es el resoli el culpable de los desmanes que tantas veces se exageran para desvirtuar la pura esencia. Quien acude a la llamada de la borrachera debería optar por buscar otros alicientes más profanos para consolar su escaso entendimiento. De nada les servirá escudarse en el tumulto para dar crédito a su actitud. No se ha entendido el verdadero sentido y sobran. No será necesaria la presencia intimidatoria para hacérselo saber cuando por sí mismos comprueben lo ridículo de su propuesta. Han llegado al lugar exacto en el momento erróneo y no les quedará otra que pasar la noche a la intemperie buscando sin hallar respuestas.  Los turbos, turbados por ser su noche mágica, bailarán a los tronos y las proclamas  serán tan comedidas como respetuosas más allá de las creencias, más acá del sentido de la verdad. El arte barroco volverá a dar sentido al Júcar y desde la Sierra se alzarán los vuelos de las alondras anunciando la madrugada vestidas de luto. Horas después, el silencio se hará presente cumpliendo con su pacto doloroso. Pero esta noche, esta mágica noche, los capirotes esconderán más de una lágrima en aquellos rostros que ven pasar los ciclos y sus ciclos se renuevan. Renunciad. Aquellos que penséis acudir con otras intenciones, quedaos en casa. Cuenca no os echará en falta porque esa noche, las borracheras le son ajenas. Acudid. Aquellos que no la hayáis presenciado aún, acudid. Veréis en vivo cómo se conjugan al unísono la magia de una procesión, la fe multitudinaria y el sentido estético descendiendo de las cumbres. Quedaréis turbados y el recuerdo será perpetuo. Una vez entrado el día, cada cual podrá dar rienda suelta a su contención o a su liberación según le apetezca o considere. Pero esta madrugada pertenece a Cuenca y así ha de seguir siendo.

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