martes, 4 de abril de 2017

Las barberías


Han vuelto y se esparcen por doquier a modo de esporas de helechos en el amplio espectro que la moda diseña. Barberías, y punto. Nada de peluquerías, ni salones de belleza, que tanto tiempo difuminaron el auténtico valor de la artesanía capilar en manos de expertos. Cambiantes rumbos los que fueron sucediéndose hasta llegar a ser lo que ahora vuelven a ser. Unos tronos de recias formas en los que el osado se convierte en señor a manos del fígaro de turno. Nada de baberos con bolsillos sobre los que depositar las tijeras o encerrar las navajas. Nada de estanterías acristaladas en las que el  bote de Floyd se daba codazos con las lacas buscando su mejor perfil cara al cliente. Y la luna, esa inmensa luna sobre la que nuestro simétrico empezaba a interrogarse de modo silencioso sobre cuál sería el resultado último de aquella puesta a punto de los cabellos. Y sobre la acera, el cilindro tricolor afrancesado dando gritos silenciosos sobre la labor que dentro se ejerce. Tras el giratorio, el tintineo de las manos de aquel que tatuado sigue acorde a la moda y se dispone a dar cumplida cuenta de sus habilidades. El brazo soportando el peso de la badana sobre la que buscar afilado el acero navajil. Una mano sujetando el rostro y otra deslizándose suavemente sobre los carrillos. Y el ritual retrocediendo en el recuerdo  a aquellas tardes en las que las tertulias se esparcían con las boinas colgadas del perchero de turno. Polvos de talco a modo de pátina eliminadora de picores mientras la brocha se ahogaba en el cacillo espumoso del jabón rampante. Y la radio, aquella radio con dimensiones decamétricas, como convidada de piedra muda, para dar un toque vintage a lo que nunca volverá a ser auténtico. Cuestión de modas por encima del cepillo recolector de greñas pluviosas sobre las baldosas de aquellos reductos.  Puede que si algunos de los clientes actuales tuviesen la oportunidad de inmiscuirse en aquellas jornadas de manos del hoy descubrirían los mil porqués de su existencia. Una existencia que a menudo se construye con los pilares tan desgastados por el olvido como pulidos por la perdurabilidad. Esas barberías, esos tabernáculos de la tertulia sabia de generaciones precedentes, han decidido hacerse oír. Ni ellas mismas saben cuánto les durará el auge y tampoco les importa. En la propia condición humana está el hecho renovador de cambiar para seguir definitivamente, siendo lo que somos. Ahora que mi cráneo no necesita de su periódica visita, ahora, es cuando más necesitaría de su presencia para dar testimonio de un tiempo que sigue siendo tricolor y oliendo a colonia a granel.     

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