viernes, 7 de abril de 2017

El bar


Cualquier autor, director, escritor, inventor, actor, debe tener su sello identificativo. Es su signo personal y nos permite a los demás reconocerlo y saber qué nos deparará su próxima obra. De modo que siguiendo este planteamiento eché mano de la memoria y aterricé en “Acción mutante”, en “La comunidad”, en “Crimen Ferpecto” y sobre todo en “El día de la bestia” para pasaportarme al nuevo producto de Álex de la Iglesia. En esta ocasión es un bar el escenario cotidiano en el que la acción se desarrolla. Una mera circunstancia acaba haciendo confluir en semejante lugar a determinadas personas tan anónimas como perfectamente identificables en cualquier barrio de una gran ciudad. En ese conglomerado de vidas ignoradas las virtudes y sobre manera las carencias vitales salen a la luz en la medida que el argumento previsible de la cotidianeidad se altera. El motivo de tal alteración no es otro que la sospecha de los presentes hacia un virus letal que alguien ha traído sin permiso ni previo aviso a su anodina mañana. Los primeros veinte minutos galopan sobre las butacas como ráfagas de presentación de cada uno de los partícipes y a medida que la historia da un giro a base de balazos lo peor de toda condición humana aparece. Y hace acto de presencia la tensión desde un ambiente claustrofóbicamente planificado en el que las decisiones a tomar se diluyen entre toques sutiles de humor casposo. El “mendigo predicador” más parece un “ángel exterminador” que renuncia a la piedad si de sobrevivir se trata. La incesante desaparición de los valores saca a la luz lo peor del ser humano convirtiéndolo en bestia irracional y la pregunta queda flotando en el ambiente de la sala. ¿Seríamos capaces de ceder turno a quien nos disputa la vida? Cada quien lo juzgaría desde la placidez de una butaca y nadie sabe cómo reaccionaría llegado el caso, o quizás sí. Sea como fuere, lo que no dejó lugar a la duda fue comprobar desde el silencio final la aceptación de los presentes a este nuevo producto de Álex de la Iglesia. Salas más allá, otras proyecciones competían abarrotando patios con nuevos remakes, melodramas lacrimógenos o comedias de tres al cuarto. Para gustos los colores y para colores el arco iris al que cada cual se sube cuando decide degustar el buen cine. Estoy meditando si la próxima vez que entre a un bar los que acudan a la par, los que ya estén, o los que amenacen con entrar sabrán de las sorpresas que nos puede deparar a nada que la paranoia se desate entre nosotros. Habrá que ir con cuidado no vaya a ser que la realidad supere ampliamente a la ficción.   

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