Las puertas
Son esas aduaneras que franquean paso o lo niegan según la voluntad de
quien las maneja. Esos tabiques movibles que se convierten en celadoras de
intimidades nada más echar la llave y que en el mejor de los casos adquieren
por propia voluntad el derecho a abrirse o ser abiertas. Puede que el picaporte
que antaño las coronaba haya dejado paso a un mínimo rectángulo estridente que
sonará de mil modos distintos según la polifonía elegida. De suerte que
siguiendo las normas ciudadanas de cortesía, un leve toque, o dos a lo sumo,
otorgarán la respuesta del silencio a quien insiste en solicitar paso si así lo
considera el dueño del habitáculo. Poco debe importar al llamante si los
motivos que al otro lado de la blindada debaten el acceso o no. De nada sirve,
es más, acaba hartando, la repetición de toques si los oídos sordos decidieron
ignorarlos. Las llaves cerraron convenientemente los pernos y nada podrá
retrocederlos en tal decisión. No será necesario escrutar señales cuando es
evidente que en nada interesa al ocupante de la vivienda lo que se le ofrece.
Si clausuró el acceso posiblemente fuese por tener otras ocupaciones, necesitar
emplear su tiempo en otros menesteres o hacer lo que le dé la gana. Así de
simple y así de claro. Ni alharacas, ni ofertas, ni vueltas alrededor darán
como resultado lo que está claro, se entienda o no, se acepte o no, por parte
del llegado al umbral. Cada quien es libre
de llevar su tiempo por los vericuetos que más le plazcan y lo demás
está de más. Es tan sencillo de entender que a veces cuesta entender que no se
entienda. Todo lo cual redunda en un ciclo absurdo de preguntas sin respuesta
por parte de quien insiste en la apertura. Los ciclos terminan y como tales
dejan caer las hojas de calendarios en los otoños vitales. Metáfora vital, sin
duda, la de las puertas. Ni siquiera aquellas que disponían de doble cuerpo se
siguen fabricando. No son necesarias y lo corrobora el hecho de no ser
solicitadas. Los remaches se oxidaron y ni siquiera el linóleo que las ansias
de rejuvenecimiento proponen dará lugar a una nueva presencia. Y en caso de ver
por la rendija inferior la luz encendida lo normal será pensar que se debe a
algún cortocircuito o llave permutada en malas condiciones. Abrir puertas cerradas únicamente se le puede abrir al
campo, y el campo, como tal, está abierto a cualquiera por propia naturaleza.
Así que cierro la puerta de nuevo, y quien quiera que le abra, con una sola vez
que llame sabrá si abro o dejo cerrada
mi puerta blindada. Justo, justo, lo mismo que he aprendido desde bien pequeño
a hacer y sigo haciendo. ¿A que se me entiende?
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