martes, 2 de mayo de 2017

Miguel Martínez Iranzo


Como si el tiempo quisiera regresar de aquellos años, así se presentó. Más de cuarenta han pasado desde que las aulas enclaustrasen esperanzas y dejasen volar inquietudes. Más de cuarenta que supusieron una crónica de aquella adolescencia de fríos y distancias. Más de cuarenta, que en la brevedad que proporciona la tecnología, regresaron de golpe y a tono. “Sí, soy yo a quien describes” me dijo y a partir de ese momento las notas del recuerdo cobraron vida. De modo que la curiosidad innata me llevó a seguir su trayectoria y amén de academicismos cum laude, la música volvió a manifestarse. De nada valían las escusas que la pereza ofrecía si se trataba de volver a pisar los adoquines de la Calle Real y acceder a aquel reciento que tantas tardes de manuscritas copias enciclopédicas nos acumuló. Poco importaba el viento gélido que se negaba a decir adiós al invierno. Poco importaba si detrás de una sonrisa de bienvenida los acordes se anticipaban como anfitriones. Y así, pertrechado tras una guitarra, desde la cercanía de sus cercanos, comenzó el recital. Desgranó melodías de juventud que nos eran comunes y las imágenes volvieron a pasear por la Alameda de Utiel buscando  aquellos ojos cómplices que callaban el sí. Los arpegios se apiñaban tras sus yemas y de su garganta salían las versiones personales de los poetas que tantas letras pusieron a nuestros sueños. Aquella voz que erizaba la piel en el ofertorio volvía a erizarla desde la ofrenda que un público entregado recogía con cariño. No, no hubo distancia separadora entre él y nosotros; no era posible, ni se precisaba. No había un ápice de soberbia en quien se sabía uno más siendo de los que más galardones ha acumulado. Amancio Prada, Serrat, Rosana, Los Secretos, John Denver, Adriano Cellentano, fueron dejando hueco a Miguel que supo extraer de toda aquella juventud un puente hacia la madurez digno de admiración. Por una vez, por extraño que resulte, alguien fue profeta en su tierra y de su tierra hizo gala. Por una vez, y que sirva de precedente, el regreso a la voz de aquellos años, fue el salvoconducto hacia la respuesta al interrogante vital. No os lo perdáis, si tenéis una edad parecida a la mía, no os lo perdáis. Y si vuestra edad difiere, tampoco os lo perdáis. Entenderéis de una vez para siempre el concepto aglutinador del humanista que durante el día razona y sobre el crepúsculo siente. Posiblemente el precio que paguéis os resulte insignificante; tres mil seiscientos segundos son una ridiculez si de lo que se trata es de comprobar cómo un vicerrector se viste de juglar y regresa a tu vida para demostrar cuánta razón tenías al suponerle su futuro.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario