La enciclopedia Álvarez
Seguro que más de uno cuando lea este encabezamiento
sonreirá con añoranza. Sí, esa enciclopedia Álvarez nos transporta a aquellos
años en los que el saber estaba comprimido y convenientemente ordenado entre
aquellas páginas. Páginas que se sucedían en los diferentes compartimentos que
conformaban el conocimiento a adquirir en aquellos tiempos tan
cuadriculadamente establecidos. Allí, en mitad de la nada que todo lo abarcaba
tras las paredes de la escuela, la imaginación de cada cual saltaba a su
antojo. Podías imaginarte a Pitágoras trazando escuadras y regocijándose con su
teorema. Podías repetir con los fabulistas los octosílabos que estaban abocados
a depositarte una moraleja que apresara tus patas si codiciosos te mostrabas.
Podías imaginar a Sansón derribando las columnas y sepultando a cientos de
pérfidos filisteos. Incluso podías adentrarte entre las líneas de los
meridianos y no acabar de entender cómo un archipiélago que pertenecía a España
precisaba de un muro marino que lo encerraba justo encima de África. Nada se
discutía y todo se aceptaba por la cuenta que te traía. Juan Sebastián el Cano,
Hernán Cortés, Pizarro y Orellana se disputaban glorias con aquellos aguerridos
héroes del Antiguo Testamento que eran capaces de abrir océanos, matar a
gigantes de una pedrada o errar cuarenta años por el desierto buscando no se
sabía qué. A la par, si es que tu ensoñación se alejaba del pupitre que
coronaba el hueco del tintero, los sujetos se ajustaban a los predicados
cargados de complementos directos y los avances científicos te dejaban claros
sus orígenes en los núcleos y citoplasmas. ¿O esto fue posterior? Sea como
fuere, aquellas portadas en las que un sol emergía entre las montañas nevadas
mientras un risueño y bien peinado
querubín sonreía a las normas, no dejaba
lugar a la duda sobre su finalidad. Viriato dando leña a las legiones romanas, Guzmán
el Bueno ejerciendo de mal padre, el Cid yendo y viniendo de moros a cristianos….Todo
en pos de mostrarnos un ayer embadurnado de glorias que con el tiempo
comprobamos excesivas. Así que cada vez que vuelvo a ojearla, al hojearla no
puedo dejar de sentir cómo la fugacidad de la vida nos niega la revancha. Quizá
sea mejor así. Quizás es preferible seguir creyendo que fuimos cobayas de unas
expectativas que no siempre se cumplieron y que sin embargo formaron parte de
nuestros principios. Hoy que todo se acepta, que todo se valora, que todo se
tiene en cuenta, no estaría de más hacer una pausa para reconocer que gracias a
ella un mundo maravilloso llamado aprendizaje nos llegó y nuestra deuda será
eterna. La lista de Reyes Godos, casi que carece de importancia, ¿no? Lo verdaderamente
importante es intentar concebir cómo Filípides es capaz de convertirse en mensajero
veloz de un triunfo y morir en su misión. Lo relevante es comprobar que las
huellas de los elefantes cartagineses siguen presentes en su tránsito hacia
Roma a enfrentarse al poder establecido y eso sí que es una moraleja a tener en
cuenta.
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