jueves, 18 de mayo de 2017

La enciclopedia Álvarez


Seguro que más de uno cuando lea este encabezamiento sonreirá con añoranza. Sí, esa enciclopedia Álvarez nos transporta a aquellos años en los que el saber estaba comprimido y convenientemente ordenado entre aquellas páginas. Páginas que se sucedían en los diferentes compartimentos que conformaban el conocimiento a adquirir en aquellos tiempos tan cuadriculadamente establecidos. Allí, en mitad de la nada que todo lo abarcaba tras las paredes de la escuela, la imaginación de cada cual saltaba a su antojo. Podías imaginarte a Pitágoras trazando escuadras y regocijándose con su teorema. Podías repetir con los fabulistas los octosílabos que estaban abocados a depositarte una moraleja que apresara tus patas si codiciosos te mostrabas. Podías imaginar a Sansón derribando las columnas y sepultando a cientos de pérfidos filisteos. Incluso podías adentrarte entre las líneas de los meridianos y no acabar de entender cómo un archipiélago que pertenecía a España precisaba de un muro marino que lo encerraba justo encima de África. Nada se discutía y todo se aceptaba por la cuenta que te traía. Juan Sebastián el Cano, Hernán Cortés, Pizarro y Orellana se disputaban glorias con aquellos aguerridos héroes del Antiguo Testamento que eran capaces de abrir océanos, matar a gigantes de una pedrada o errar cuarenta años por el desierto buscando no se sabía qué. A la par, si es que tu ensoñación se alejaba del pupitre que coronaba el hueco del tintero, los sujetos se ajustaban a los predicados cargados de complementos directos y los avances científicos te dejaban claros sus orígenes en los núcleos y citoplasmas. ¿O esto fue posterior? Sea como fuere, aquellas portadas en las que un sol emergía entre las montañas nevadas mientras un risueño y  bien peinado querubín sonreía a las normas,  no dejaba lugar a la duda sobre su finalidad. Viriato dando leña a las legiones romanas, Guzmán el Bueno ejerciendo de mal padre, el Cid yendo y viniendo de moros a cristianos….Todo en pos de mostrarnos un ayer embadurnado de glorias que con el tiempo comprobamos excesivas. Así que cada vez que vuelvo a ojearla, al hojearla no puedo dejar de sentir cómo la fugacidad de la vida nos niega la revancha. Quizá sea mejor así. Quizás es preferible seguir creyendo que fuimos cobayas de unas expectativas que no siempre se cumplieron y que sin embargo formaron parte de nuestros principios. Hoy que todo se acepta, que todo se valora, que todo se tiene en cuenta, no estaría de más hacer una pausa para reconocer que gracias a ella un mundo maravilloso llamado aprendizaje nos llegó y nuestra deuda será eterna. La lista de Reyes Godos, casi que carece de importancia, ¿no? Lo verdaderamente importante es intentar concebir cómo Filípides es capaz de convertirse en mensajero veloz de un triunfo y morir en su misión. Lo relevante es comprobar que las huellas de los elefantes cartagineses siguen presentes en su tránsito hacia Roma a enfrentarse al poder establecido y eso sí que es una moraleja a tener en cuenta.   

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