jueves, 25 de mayo de 2017

De Profundis

Hay que estar preparado o dejarla pasar. No, no es aconsejable echarse sobre tus pupilas como paso previo a la asimilación lectora, semejante obra. Y no es que Óscar Wilde no merezca ser leído una y mil veces; pero casi es preferible optar por alguno de sus maravillosos cuentos o por el “Retrato de Dorian Gray” si no queremos privarnos de la magnificencia de su pluma. No, no optemos por “De profundis” si no somos capaces de entender cómo el amor acaba siendo vencido por la razón de una sociedad que se muestra implacable con aquellos sentimientos que se le escapan de su control. Si no somos capaces de asumir que el amor camina por una senda de dirección única y doble sentido en la que aquellos que lo sientan a la vez podrán coincidir, no estaremos preparados para entender y solidarizarnos con esta epístola. Una epístola que desde la soledad carcelaria lanzó Óscar a modo de desagravio hacia quien no se reconoció inferior en el sentir y superior en la frivolidad. De nada sirvieron sus oropeles o su posición social si en su fuero interno aquel insensible amante se sabía en deuda y no lo admitía. Tuvo que ser la fuerza de la ley la que acabase poniendo fin a aquel amor sodomita que quitaba lustre a un apellido escudado en dignidades. Y como moneda de cambio, la prisión. Y como resultado final, el desahogo del genio. Tiempo de reflexión y de miradas al espejo en las que se volvió a ver cómo era realmente. Darse cuenta del  daño recibido tuvo como consecuencia el nacimiento de semejante monólogo. Con calma, así hay que paladear al genio. Con calma, silencio y pausa para poder entender esa resurrección, esa subida desde los infiernos de quien decidió dejarse llevar sin medir las consecuencias legales que ello le acarrearía. Vidas del día a día que se envuelven en lienzos de caprichos sin esperar nada porque no hay nada que esperar. Y como fondo del escenario, la corrección en la conducta que la sociedad impone. Tanto mayor es el yugo cuanto mayor es el deseo de quitártelo si te empecinas en no querer ver los nudos gordianos que lo atenazan a tu cerviz. Sólo te quedará el consuelo plañidero de lanzar a voz alzada o callada el propio monólogo que a pocos interesará más allá de la lástima. Hay que ser un genio para convertir en obra magistral un desencanto, y eso, amigos míos, eso, sólo está al alcance de los privilegiados que tienen reservado un sitial en el Olimpo de las letras. Óscar Wilde, de nuevo, dejó clara constancia de lo que significa sentir y ser capaz de ponerlo por escrito, por mucho dolor que destilase la obra que da título a esta reflexión.    

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