lunes, 15 de mayo de 2017

Caminart


Su existencia me llegó de improviso como suelen llegar las casualidades. Un amigo me hizo saber de la existencia de un grupo de entendidos que eran capaces de mutarse en maestros de ceremonias para enseñar lo que tan habitualmente transitamos y pocas veces deleitamos o conocemos. De modo que semanas atrás nos sumergimos en la “Valencia Literaria Renacentista y Barroca” atravesando todas las calles que fueron testigos del nacimiento de una Nueva Era. Nueva y sobredimensionada en la que fueron apareciendo rincones hasta ahora ignorados por los profanos y que convirtieron a esta ciudad en un marco inigualable de prosperidad. No faltaron detalles escabrosos basados en las rencillas, duelos, envidias y odios religiosos. No en balde este periodo convulso dejó bien a las claras que los cimientos establecidos en el Medievo no se socavarían por ínfulas libertarias de conocimientos. Hogueras, torturas, horcas, y todo tipo de represiones daban cuenta de aquellas ovejas descarriadas del sendero común del dogma. Así comprobamos que el humanista Luis Vives tuvo que renunciar a su cuna para salvar su vida. Vimos el poder llevado más allá de la venganza y de la codicia que la Inquisición ejerció para beneficio propio y de los acólitos venerables. De modo que aquella mañana de sábado dejó abierta la puerta a una continuación más luctuosa si cabe. “Camins negres” tomaba el relevo y nos sumergía en las mazmorras más abyectas que el ser humano es capaz de construir cuando se trata de decapitar la libertad de pensamiento. Siempre apareciendo desde las sombras la mano alargada de aquellos hábitos dominicos expertos ejecutores de brujas, hechiceras, barberos rebanagargantas o judíos acaudalados conversos  los que expoliar. Por un momento, como compadeciéndose del pasado, desde el más allá Javier Krahe se sumaba en silencio a la comitiva entonando “La hoguera” como si pidiese árnica hacia el reo. Plaza festiva en vísperas de los desamparados que otrora fuese centro de ejecuciones ejemplarizantes, extramuros en los que los lupanares daban rienda suelta a los desahogos de la carne, callejones sobre los que adivinar venganzas a cuchillo y todo contado con la maestría de quien vive el argumento. Atrás, en el inicio de la ruta negra, los restos del hospital que cambió tantas veces de atuendo para dar salida a las curaciones por muy imposibles que resultasen. Galenos vestidos con máscaras carnavalescas intentando cicatrizar pestes bubónicas mientras en las proximidades el “penjat” de turno oscilaba a su voluntad, que sin duda, era la última. Todos aquellos que fuimos partícipes de la experiencia nos sumergimos en el papel que el sambenito de la fortuna nos asignó y por un momento mezclamos compasión y pena. Lo más curioso fue comprobar cómo el paso de los siglos ha mantenido inamovible a parte de aquellas actitudes y cómo sigue presente esa Inquisición interior que busca castrar todo aquellos que nos provoque dicha. Pecados ajenos suelen ser virtudes propias y si no dejáis escapar la oportunidad podréis comprobarlo. Un grupo de anfitriones llamado Caminart os llevará de la mano y seréis convenientemente reconfortados, os lo garantizo.

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