Caminart
Su
existencia me llegó de improviso como suelen llegar las casualidades. Un amigo
me hizo saber de la existencia de un grupo de entendidos que eran capaces de
mutarse en maestros de ceremonias para enseñar lo que tan habitualmente
transitamos y pocas veces deleitamos o conocemos. De modo que semanas atrás nos
sumergimos en la “Valencia Literaria Renacentista y Barroca” atravesando todas
las calles que fueron testigos del nacimiento de una Nueva Era. Nueva y
sobredimensionada en la que fueron apareciendo rincones hasta ahora ignorados
por los profanos y que convirtieron a esta ciudad en un marco inigualable de
prosperidad. No faltaron detalles escabrosos basados en las rencillas, duelos,
envidias y odios religiosos. No en balde este periodo convulso dejó bien a las
claras que los cimientos establecidos en el Medievo no se socavarían por
ínfulas libertarias de conocimientos. Hogueras, torturas, horcas, y todo tipo
de represiones daban cuenta de aquellas ovejas descarriadas del sendero común
del dogma. Así comprobamos que el humanista Luis Vives tuvo que renunciar a su cuna
para salvar su vida. Vimos el poder llevado más allá de la venganza y de la
codicia que la Inquisición ejerció para beneficio propio y de los acólitos
venerables. De modo que aquella mañana de sábado dejó abierta la puerta a una
continuación más luctuosa si cabe. “Camins negres” tomaba el relevo y nos
sumergía en las mazmorras más abyectas que el ser humano es capaz de construir
cuando se trata de decapitar la libertad de pensamiento. Siempre apareciendo
desde las sombras la mano alargada de aquellos hábitos dominicos expertos ejecutores
de brujas, hechiceras, barberos rebanagargantas o judíos acaudalados
conversos los que expoliar. Por un
momento, como compadeciéndose del pasado, desde el más allá Javier Krahe se
sumaba en silencio a la comitiva entonando “La hoguera” como si pidiese árnica
hacia el reo. Plaza festiva en vísperas de los desamparados que otrora fuese
centro de ejecuciones ejemplarizantes, extramuros en los que los lupanares
daban rienda suelta a los desahogos de la carne, callejones sobre los que
adivinar venganzas a cuchillo y todo contado con la maestría de quien vive el
argumento. Atrás, en el inicio de la ruta negra, los restos del hospital que
cambió tantas veces de atuendo para dar salida a las curaciones por muy
imposibles que resultasen. Galenos vestidos con máscaras carnavalescas
intentando cicatrizar pestes bubónicas mientras en las proximidades el “penjat”
de turno oscilaba a su voluntad, que sin duda, era la última. Todos aquellos
que fuimos partícipes de la experiencia nos sumergimos en el papel que el
sambenito de la fortuna nos asignó y por un momento mezclamos compasión y pena.
Lo más curioso fue comprobar cómo el paso de los siglos ha mantenido inamovible
a parte de aquellas actitudes y cómo sigue presente esa Inquisición interior que
busca castrar todo aquellos que nos provoque dicha. Pecados ajenos suelen ser
virtudes propias y si no dejáis escapar la oportunidad podréis comprobarlo. Un
grupo de anfitriones llamado Caminart os llevará de la mano y seréis
convenientemente reconfortados, os lo garantizo.
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