miércoles, 3 de mayo de 2017

La piara

Todo lo que la carrera armamentística promueve en pos de unos intereses espurios se acaba de venir abajo, de ir al traste, de perderse como argumento definitivo. Tanta lluvia de misiles, tanta destrucción, tanto caos derivado en aniquilación del adversario, no tuvo en cuenta la primigenia opción que la propia Naturaleza ha desvelado. Parece ser que una piara salvaje de jabalíes vieron interrumpido su solaz por un comando perteneciente al denominado Estado Islámico. Parece más que probable que dicho comando tuviese como intenciones la de defender de cualquier modo su ideología y a tal fin preparaban un nuevo atentado. Parece confirmarse que no repararon en el estado de la atalaya en la que tomaron posiciones para planificar la acción y cayeron presos de su propia improvisación. Allí, a escasos metros, el verraco alfa cuidaba de su piara, de su harén, de sus jabatos. Nada ni nadie, de esta o de aquella confesión, de esta o aquella ideología, sería bienvenido a su majada y a la más mínima sospecha de ocupación tocó a rebato y se armó el cisco. Por un momento vino a mi memoria aquel cuadro que colgaba del comedor del señor Julio en el que se rememoraba la caza a grupa y picas de cerdos senglares en mitad del bosque. Unos peones huidos intentaban alcanzar las ramas de los árboles mientras los jinetes lanceaban a los colmillados y los perros hacían presa de sus cuellos. Por otro momento me llegó la estampa de McArthur, Paco para los amigos, que en su corral de Cueva Santilla no sólo cuidaba del ganado sino que criaba a rayones como solamente lo sabe hacer un entendido. Pensé que si de aquellas estampas hubiesen sido conocedores los portadores de turbantes quizás habrían aprendido la lección que sin duda se perdieron en sus años de estudios elementales. Quién sabe si a partir de ahora desde el puesto de mando no se decide bombardear con tales misiles a las huestes enemigas y con ellos lograr al menos que la guerra sea menos sangrienta. Me cuesta poco imaginar cómo le sentaría el uniforme a semejantes especímenes. Me cuesta poquísimo imaginar cómo se sentiría de orgulloso el magnate presidente al condecorar a los porcinos una vez regresados de su misión. Supongo que el lastre dejado por aquellos cómics bélicos o por aquellas películas rámbicas ha acentuado escasamente mi imaginación. Pero lo que no acaba de cuadrarme, y no va con segundas, es el hecho de imaginar al porquero en cuestión que dio el primer paso hacia la repoblación jabalínea de tales meridianos. Quiero pensar que ni Agamenón ni su porquero estarían detrás de tal decisión, porque si así no fuese, si los argumentos que llevan a mantener una guerra no son los meramente destructivos, sólo me resta pensar que el ser humano es el más cerdo de la piara por salvaje y destructivo.        

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