La piara
Todo lo que la carrera armamentística promueve en pos de unos intereses
espurios se acaba de venir abajo, de ir al traste, de perderse como argumento
definitivo. Tanta lluvia de misiles, tanta destrucción, tanto caos derivado en
aniquilación del adversario, no tuvo en cuenta la primigenia opción que la
propia Naturaleza ha desvelado. Parece ser que una piara salvaje de jabalíes
vieron interrumpido su solaz por un comando perteneciente al denominado Estado
Islámico. Parece más que probable que dicho comando tuviese como intenciones la
de defender de cualquier modo su ideología y a tal fin preparaban un nuevo
atentado. Parece confirmarse que no repararon en el estado de la atalaya en la
que tomaron posiciones para planificar la acción y cayeron presos de su propia
improvisación. Allí, a escasos metros, el verraco alfa cuidaba de su piara, de
su harén, de sus jabatos. Nada ni nadie, de esta o de aquella confesión, de
esta o aquella ideología, sería bienvenido a su majada y a la más mínima
sospecha de ocupación tocó a rebato y se armó el cisco. Por un momento vino a
mi memoria aquel cuadro que colgaba del comedor del señor Julio en el que se
rememoraba la caza a grupa y picas de cerdos senglares en mitad del bosque.
Unos peones huidos intentaban alcanzar las ramas de los árboles mientras los
jinetes lanceaban a los colmillados y los perros hacían presa de sus cuellos.
Por otro momento me llegó la estampa de McArthur, Paco para los amigos, que en
su corral de Cueva Santilla no sólo cuidaba del ganado sino que criaba a
rayones como solamente lo sabe hacer un entendido. Pensé que si de aquellas
estampas hubiesen sido conocedores los portadores de turbantes quizás habrían
aprendido la lección que sin duda se perdieron en sus años de estudios
elementales. Quién sabe si a partir de ahora desde el puesto de mando no se
decide bombardear con tales misiles a las huestes enemigas y con ellos lograr
al menos que la guerra sea menos sangrienta. Me cuesta poco imaginar cómo le
sentaría el uniforme a semejantes especímenes. Me cuesta poquísimo imaginar
cómo se sentiría de orgulloso el magnate presidente al condecorar a los
porcinos una vez regresados de su misión. Supongo que el lastre dejado por
aquellos cómics bélicos o por aquellas películas rámbicas ha acentuado
escasamente mi imaginación. Pero lo que no acaba de cuadrarme, y no va con
segundas, es el hecho de imaginar al porquero en cuestión que dio el primer
paso hacia la repoblación jabalínea de tales meridianos. Quiero pensar que ni
Agamenón ni su porquero estarían detrás de tal decisión, porque si así no
fuese, si los argumentos que llevan a mantener una guerra no son los meramente
destructivos, sólo me resta pensar que el ser humano es el más cerdo de la
piara por salvaje y destructivo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario