martes, 18 de julio de 2017


Idos, iros, irsen



Bueno, pues ya está aquí la polémica para despertar al personal del letargo veraniego. Parece ser que el imperativo, ese modo verbal tan degradado, ha vuelto a sufrir un asalto y sus murallas están a punto de resquebrajarse. En base al uso intensivo de la estupidez, por lo visto, la R.A.E. ha cedido y da paso al uso indebido del infinitivo como si del imperativo se tratase. Tiempo atrás, doña Emilia, en aquellas tardes de viernes a las que el horario la había enviado, nos explicaba bien a las claras el lema triple de dicha Institución y todos dábamos por válidas sus premisas. Decía que limpiaba al idioma de impurezas. Que fijaba las normas para el correcto uso del mismo. Que le facilitaba el esplendor de la pluma en según qué casos y qué tipo de escritores. Y todo ello sin menoscabo de la añadidura de nuevos vocablos que quitaban de la cabeza la idea de que el idioma era algo inmóvil, arcaico, vetusto. De modo que quien más quien menos fuimos creciendo en la credulidad de los postulados y gozando de las sorpresas que el vocabulario nos aportaba. Nada había más perverso que insultar a alguien a través de la sátira que no era capaz de reconocer al no percibir la importancia que la palabra en sí atesora. Aplausos y parabienes de parte de aquellos zotes que en vez de asegurarse daban por buenos los halagos que no lo eran. Y si se trataba de añadir más peones al Nebrija, ningún problema, siempre y cuando atendiesen a sus mínimos requerimientos de ubicuidad y precisión. Hasta hoy. Todo lo anterior se va a la mierda. Y se va por dejación de funciones por parte de unos individuos parapetados delante de una inicial que les otorga los rangos de sabelotodo y complacemás. Sí, ya sé que esta última palabra no existe, pero creo que se me entiende. Aquella sociedad que descuida su idioma, que permite su vejación, su dilución en el matraz de la comodidad o de la incultura, está condenada al chonismo futuro ¡Vaya, otra nueva palabra! Hemos llegado a tal grado de cloroformismo  que todo vale y el más tonto se cree docto. Es lo que se denomina igualdad desde la torpeza. Y no creo que sea una casualidad. Posiblemente cuanto más ceporros abunden mejor será la llama que desprenda la hoguera en la que perezcan ¡Pero cuánto capullo redentor de imbéciles! Estamos navegando hacia una Ítaca y los polifemos de turno no hacen más que lanzarnos bloques para ver si somos capaces de sobrevivir con un solo ojo. A este paso, seguro que el único que nos queda es el  de popa. Entonces, y solo entonces, será cuando nadie se podrá ofender si le tildan de tontodelculo. Él solito se lo ha buscado y los meapilas defensores de la lengua seguirán creyendo que su labor está suficientemente justificada.       

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