El lector
Como si de un espejo reflectante se tratase el
título me llamó la atención. Giré la vista hacia la contraportada y el
argumento pareció, al menos, interesante. Un joven al que una señorita menos
joven convierte en adulto y una historia de amor con diferencia de años que
acaba sonando a algo ya leído o visto. Suele suceder en la medida en que las historias aparecen y se asemejan a
otras historias. Así que nada que objetar. Se trataba de dejar transcurrir las
páginas para descubrir entre ellas el ligazón de un telar que diese emoción a
las mismas. Bernhard Schlink diseña una serie de capítulos cortos sobre los que
el protagonista ve cómo la vida avanza en paralelo al secreto que su amante
esconde. Primera decepción. Demasiado pueril y poco creíble como para no
defraudar. Lo que empezaba como novela giraba a folletín y toda la trama se
tornaba en gris. A favor, la lectura fácil. En contra, la fácil lectura previsible
de lo que iba a llegar. Los detalles los omito, más que por desgana, por haber
olvidado qué encerraban. A veces quiere ser una novela de reconciliación con el
pasado y a veces vuelve a manifestarse como una aventura inconclusa de aquello
que dejó de ser sin saber el porqué. Para dar un toque más de sabor, un pasado
nazi se suma a la justificación de los traumas de la protagonista. Una serie de
respuestas quedan sin resolver y casi mejor que así sea. Serían demasiado
previsibles y el escaso interés derivaría en suflé insustancial. Eso sí, como
currículo, lleva sobre sus lomos infinidad de premios, nominaciones, aplausos,
elogios, y demás condecoraciones que no hacen más que situarme en la tesitura
de ser un ceporro insensible al no sumarme a los mismos. Supongo que será el verano
quien contribuye a la tibieza que me deja semejante libro. De cualquier forma,
amigos míos, queridas amigas, si lo que andáis buscando es algo light con lo
que soportar la canícula antes de que el sopor de la siesta os rapte, aquí
tenéis una opción. Lo más probable es que al cabo de dos horas os despertéis
con el libro sobre el regazo y os preguntéis por dónde iba la trama.
Tranquilos, dos líneas más y enseguida os cogéis de nuevo. Y si la tarde
empieza a refrescar, el paseo se hace tentador y el barullo cercano os llama,
no lo dudéis, marchaos. Mañana, en un rato de aburrimiento podréis continuar y
nada habrá cambiado, salvo que ya os quedarán menos páginas para concluirla. Del
juicio que saquéis una vez terminada, cada cual que se haga responsable. Para
gustos, los colores, y en ello estamos, y en ellos seguiremos.
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