lunes, 31 de julio de 2017


Rendición

Suele ser un momento adecuado para perder el tiempo el que transcurre en la terminal de un aeropuerto. Paseas de aquí para allá, tomas un enésimo café, revisas los documentos y acudes al quiosco en busca de no sabes qué. Y allí, como salvavidas de ante la monotonía, los libros. Y entre ellos, los títulos compitiendo por captar tu atención. “Redención” parecía ofrecerse a modo admonitorio y allá que fui. Lo de menos era Ray Loriga que acreditase ser el ganador del premio Alfaguara. Simplemente rendirse ante algo o ante alguien sonaba a victoria plácida del derrotado por la desgana, vencedor osado ante la curiosidad. De modo que aguardé para hacer coincidir el despegue con el inicio lector y no sé que me provocó más angustia, si el vuelo a tal altitud o el desarrollo de la acción. Una sociedad futurista más cercana de lo que parece a simple vista a la actual. Un orden establecido del que resulta quimérico ausentarse. Unos protagonistas divididos por sus modos de entender la subsistencia. Un pasado, que como todos los pasados, por muy vacíos que hayan sido, resultan ensalzados desde la desesperanza del recuerdo. Un nivel claustrofóbico que poco a poco te va invadiendo y del que te sientes preso, más allá del fuselaje del vuelo en cuestión. Da que pensar y por más que muestre similitudes con planteamientos asimovianos u orwellianos extrae de tu psique todos los miedos haciéndolos reales. En algún momento desearías ser el protagonista woodyano de “El dormilón” y frotar con energía la esfera más rubicunda. Con ello quizás lograrías quitarte de encima esa sensación de asfixia que durante la lectura te va invadiendo. Mundo de ilusiones en el que las ilusiones son vestidas con las túnicas del mimetismo para no desentonar. Espacios abiertos en los que la privacidad se comparte y acaba ignorándose en esa ciudad aséptica. Un grito de rebeldía al que sumarse junto al protagonista que vive entre las dudas de los sentimientos a pesar del abandono que los sentimientos ejercen hacia él. Tibiezas mostradas como edenes cuando realmente se embadurnan de grises conformistas. Ahora que las fechas de la canícula nos dejan tiempo suficiente para el ocio es el momento adecuado de robarle horas a la siesta y leer esta novela. Puede que al despertar dudemos si somos quienes somos o somos quienes hemos sido programados para ser lo que parece que somos. Definitivamente, más temor que el vuelo, me  produjo esta lectura. Aún sigo rememorando capítulos y a veces pienso que arrastrar detritos es lo que hacemos a diario sin querer ser conscientes de ello para no añadirnos penitencia. Puro conformismo.    

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