El gato
Fue ver la portada, toda negra con unas pupilas
fijas mirándome y decidí leerlo. Quizá porque recordaba aquellos versos que
dieron origen a mi poemario titulado “La pecera de los gatos”. Quizá porque
recordaba el maullar de los que compartieron espacios durante mi niñez. Quizá
porque creo que el horóscopo chino se equivocó al asignarme a otro animal que
no fuese este. La cuestión estuvo en que mitad curiosidad, mitad premonición,
cayó en mis manos. Y a fe que desde las primeras líneas, Giovanni Rajberti,
muestra a las claras sus intenciones selectivas. Enumera las virtudes de toda
el arca de Noé y acaba decantándose por el estudio pormenorizado de este felino
al que Víctor Hugo definió como tigre doméstico. Así se complacía al ser humano
a la hora de permitirle acariciarlos sin temor alguno. Salvo en el caso de que
los límites establecidos por dicho animal se traspasen. Ahí no habrá clemencia
y dejará bien a las claras sus prerrogativas
de amo y señor de la casa. A lo largo de sus setenta y tantas páginas pasa
revista a todo el cúmulo de virtudes que desde siempre han acompañado a dicho
animal. No deja de sorprender la agudeza visual de quien es capaz de valorar todos los aspectos para retratar concienzudamente al félix en
cuestión. En este animal se superponen la libertad, la emancipación, la
indiferencia, el ocio, la filosofía, los amores. Y en cada una de las parcelas
deja bien a las claras quien ha elegido a quien, si el dueño a él o a la
inversa. Sonroja al más insolente de los animales al sacarle a la luz las
torpezas de las que él mismo carece. Se sitúa en un escalafón muy superior sin
necesidad de fanfarrias que sólo harían que distraer la atención sin fundamento
alguno. Vive cada una de sus siete vidas como si no hubiera un mañana y siempre
cae de pie. Atusa sus bigotes para realzar su elegancia y las garras las oculta
para no herir. Únicamente cuando es acorralado pondrá sobre la mesa su
capacidad de defensa y ahí, cualquier otro animal, se tentará la piel, por saberse
derrotado de antemano. Pulcro, mimoso, zalamero, callado, observador y fiel.
Podrá esparcir desde los tejados sus maullidos soñadores, pero nadie será capaz
de someterlo si no quiere. Aún recuerdo aquella vez en la que sobre mis sábanas
aparecieron las huellas canosas de quien vio la puerta abierta y decidió
cambiar su jergón por mi colchón. Calló su atrevimiento y no fui capaz de
reprochárselo. Hizo bien. Desde entonces supe que “por eso, sólo por eso, por
eso prefiero al gato, por darle al ratón la mano, pudiendo robarle el queso” Y
este libro me lo acaba de reafirmar. Voy a mirar mi partida de nacimiento
porque hay algo que no me cuadra.
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