viernes, 14 de julio de 2017


El gato



Fue ver la portada, toda negra con unas pupilas fijas mirándome y decidí leerlo. Quizá porque recordaba aquellos versos que dieron origen a mi poemario titulado “La pecera de los gatos”. Quizá porque recordaba el maullar de los que compartieron espacios durante mi niñez. Quizá porque creo que el horóscopo chino se equivocó al asignarme a otro animal que no fuese este. La cuestión estuvo en que mitad curiosidad, mitad premonición, cayó en mis manos. Y a fe que desde las primeras líneas, Giovanni Rajberti, muestra a las claras sus intenciones selectivas. Enumera las virtudes de toda el arca de Noé y acaba decantándose por el estudio pormenorizado de este felino al que Víctor Hugo definió como tigre doméstico. Así se complacía al ser humano a la hora de permitirle acariciarlos sin temor alguno. Salvo en el caso de que los límites establecidos por dicho animal se traspasen. Ahí no habrá clemencia y dejará bien a  las claras sus prerrogativas de amo y señor de la casa. A lo largo de sus setenta y tantas páginas pasa revista a todo el cúmulo de virtudes que desde siempre han acompañado a dicho animal. No deja de sorprender la agudeza visual de quien  es capaz de valorar todos los aspectos  para retratar concienzudamente al félix en cuestión. En este animal se superponen la libertad, la emancipación, la indiferencia, el ocio, la filosofía, los amores. Y en cada una de las parcelas deja bien a las claras quien ha elegido a quien, si el dueño a él o a la inversa. Sonroja al más insolente de los animales al sacarle a la luz las torpezas de las que él mismo carece. Se sitúa en un escalafón muy superior sin necesidad de fanfarrias que sólo harían que distraer la atención sin fundamento alguno. Vive cada una de sus siete vidas como si no hubiera un mañana y siempre cae de pie. Atusa sus bigotes para realzar su elegancia y las garras las oculta para no herir. Únicamente cuando es acorralado pondrá sobre la mesa su capacidad de defensa y ahí, cualquier otro animal, se tentará la piel, por saberse derrotado de antemano. Pulcro, mimoso, zalamero, callado, observador y fiel. Podrá esparcir desde los tejados sus maullidos soñadores, pero nadie será capaz de someterlo si no quiere. Aún recuerdo aquella vez en la que sobre mis sábanas aparecieron las huellas canosas de quien vio la puerta abierta y decidió cambiar su jergón por mi colchón. Calló su atrevimiento y no fui capaz de reprochárselo. Hizo bien. Desde entonces supe que “por eso, sólo por eso, por eso prefiero al gato, por darle al ratón la mano, pudiendo robarle el queso” Y este libro me lo acaba de reafirmar. Voy a mirar mi partida de nacimiento porque hay algo que no me cuadra.      


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