De reestreno
Eran calificadas aquellas salas cinéfilas que poblaban barrios. Quizá no
aceptaban de buen grado este apelativo de segundonas y por ello el eufemismo
las tildaba de reestreno y con ello limaban su dolor. Abundaban por todas
partes y en cierto modo cada una de ellas se especializaba en algún género.
Puede que la misma idiosincrasia del barrio así lo determinase o puede que el
azar se encargase de llevar hasta sus cabinas de proyección los títulos que no
pasaban el filtro de la pulcritud de una copia perfecta. Esos quedaban para las
salas importantes a las que se acudía como un acto social y lucidor. De modo
que Aliatar, Junior, Jerusalén, Avenida, Xerea, Dor, Goya, Alex, Leones,
Metropol, Roma, Olóriz, Samoa, Flumen, Savoy, Price, Ribalta, Boston, Paz y
alguno más que seme escapa, fueron dando paso a las apetencias de todos
aquellos que buscábamos en el cine “el recambio de una vida”, que diría Garci.
Podíamos distinguir por su olor característico a cada sala del resto. Dábamos
por buenos los mínimos defectos de la proyección en aras a la saciedad que
provocaba la sesión doble, triple, e incluso cuádruple. Salieron de entres sus
patios de butacas luchadores falsamente mancos que emulaban a los karatecas en
cuestión. Seductores con más o menos éxito a los que la siguiente sesión les
rescataba del posible fracaso. Ilusos timadores que buscaban en sus adentros
las réplicas de los exitosos actores. Fueron tardes eternas en las que el
auxilio de la cartelera advertidora en algún caso puso de manifiesto la falta
de criterio por parte del crítico en cuestión. Fueron las víctimas propicias de
los nuevos adelantos a los que The Buggles no
quisieron incluir en su éxito premonitorio para no añadir daño a lo previsible.
Muchas de aquellas salas buscaron nuevos caminos, nuevos hábitos por los que
rehacer sus vidas. Algunas dormitan plenas de estanterías echando en falta el
patio de butacas. Otras repiten sin cesar el orden de los números que la suerte
elige para completar cartones. Otras expenden billetes de viajes callando para
sí que no hay viaje más hermoso que el que promueven los sueños. Detrás de su
paredes renacidas de estucos, llenas de brillo, perdura el pasquín de aquellas
películas que vinieron a dar crédito de todas aquellas tardes en las que más de
uno nos sentimos protagonista. Posiblemente hoy vuelva a transitar por la
puerta de alguna de ellas. Pararé y preguntaré si quedan localidades para la
sesión de las seis. Lo más probable será que me tomen por un ser fuera de
tiempo al que deberán explicarle que el cine que visitó ya no existe. Correré
el riesgo. Y una vez que haya quedado reconfortada ante su respuesta le diré en
voz baja “qué pena, no sabes lo que te estás perdiendo”.
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