Cuestión de espacio
Se veía venir y creo que no nos cogerá de sorpresa. El espacio disponible
cada vez se ha ido completando de modo más rápido y ya nos es insuficiente. Los
armarios no soportan más adiciones. Las estanterías ceden ante el peso
acumulativo. Los trasteros se niegan a admitir a más inquilinos. Hasta el
ordenador renuncia a la sucesión infinitesimal de adherentes lápices de memoria
que le desmemorian completamente. Ropas, libros, discos de vinilo, cintas de audio,
cintas de video, todo se ha adueñado de los espacios y la cuestión se torna en
irreversible. Se ha de actuar inmediatamente. Y antes de que lo irremediable
aparezca, mira tú por dónde, el espacio se abre hueco en nuestros mismos genes.
En concreto en la cadena de A.D.N. Por lo visto, en mitad de las citosinas,
guaninas, timinas y adeninas, el hueco sobra y se ha de aprovechar.
Evidentemente, en formato comprimido. Allá irán a parar todas las informaciones
que nos parezcan necesarias, imprescindibles. Puede que en un momento
determinado precisemos de ellas y entonces será el momento de recuperarlas.
Imagino que sobre los huesos residirán los datos almacenados sobre las posibles
osteoporosis. Lo más lógico será enclaustrar sobre el hígado los remedios
previstos y que aún no hemos necesitado cada vez que escanciamos amistades. No
cabe duda que en el cerebro deberán depositarse aquellas soluciones a cuestiones
monetarias que tantos quebraderos de cabeza (nunca mejor dicho) nos legan. La
cuestión será en buscar una guía que sea capaz de llevarnos al almacenamiento
predispuesto. No quiero imaginarme echando mano de una libretita con gusanillo,
cuadriculada, de tamaño cuartilla, en la que el organigrama esté reflejado. No
habremos avanzado nada si así sucede. Y antecedentes hemos presenciado en
aquellos que se negaron a utilizar la agenda del teléfono móvil. Era
enternecedor ver cómo sacábamos a la luz aquel cúmulo de papeles a la busca y
captura del número de nuestra amistad anotada. Aquello no debería repetirse.
Bastará con mirar a la cara a cualquiera que se nos cruce y adivinaremos qué
secretos esconde y en qué parte del ácido desoxirribonucléico lo podemos
localizar. Será el momento de darle despedida a los despistes que tantas angustias
nos provocan al no localizar lo preciso. Empiezo a pensar que Cervantes fue un visionario
y en las primeras líneas de “El Quijote” lo puso de manifiesto. Igual no quería
acordarse o igual calló para sí el nombre de aquel lugar para no dar pie a
apropiaciones exclusivas. En definitiva, voy a ver de qué espacio dispongo, y
por mí, que empiecen las pruebas. Total, el desorden habitual en el que me
muevo no va a empeorar, y quién sabe si en un futuro encuentran en mis
citosinas algo de valor. Aunque bien pensado, ¿y si me hago con una mascota?
No hay comentarios:
Publicar un comentario