miércoles, 19 de julio de 2017


Cuestión de espacio



Se veía venir y creo que no nos cogerá de sorpresa. El espacio disponible cada vez se ha ido completando de modo más rápido y ya nos es insuficiente. Los armarios no soportan más adiciones. Las estanterías ceden ante el peso acumulativo. Los trasteros se niegan a admitir a más inquilinos. Hasta el ordenador renuncia a la sucesión infinitesimal de adherentes lápices de memoria que le desmemorian completamente. Ropas, libros, discos de vinilo, cintas de audio, cintas de video, todo se ha adueñado de los espacios y la cuestión se torna en irreversible. Se ha de actuar inmediatamente. Y antes de que lo irremediable aparezca, mira tú por dónde, el espacio se abre hueco en nuestros mismos genes. En concreto en la cadena de A.D.N. Por lo visto, en mitad de las citosinas, guaninas, timinas y adeninas, el hueco sobra y se ha de aprovechar. Evidentemente, en formato comprimido. Allá irán a parar todas las informaciones que nos parezcan necesarias, imprescindibles. Puede que en un momento determinado precisemos de ellas y entonces será el momento de recuperarlas. Imagino que sobre los huesos residirán los datos almacenados sobre las posibles osteoporosis. Lo más lógico será enclaustrar sobre el hígado los remedios previstos y que aún no hemos necesitado cada vez que escanciamos amistades. No cabe duda que en el cerebro deberán depositarse aquellas soluciones a cuestiones monetarias que tantos quebraderos de cabeza (nunca mejor dicho) nos legan. La cuestión será en buscar una guía que sea capaz de llevarnos al almacenamiento predispuesto. No quiero imaginarme echando mano de una libretita con gusanillo, cuadriculada, de tamaño cuartilla, en la que el organigrama esté reflejado. No habremos avanzado nada si así sucede. Y antecedentes hemos presenciado en aquellos que se negaron a utilizar la agenda del teléfono móvil. Era enternecedor ver cómo sacábamos a la luz aquel cúmulo de papeles a la busca y captura del número de nuestra amistad anotada. Aquello no debería repetirse. Bastará con mirar a la cara a cualquiera que se nos cruce y adivinaremos qué secretos esconde y en qué parte del  ácido desoxirribonucléico lo podemos localizar. Será el momento de darle despedida a los despistes que tantas angustias nos provocan al no localizar lo preciso.  Empiezo a pensar que Cervantes fue un visionario y en las primeras líneas de “El Quijote” lo puso de manifiesto. Igual no quería acordarse o igual calló para sí el nombre de aquel lugar para no dar pie a apropiaciones exclusivas. En definitiva, voy a ver de qué espacio dispongo, y por mí, que empiecen las pruebas. Total, el desorden habitual en el que me muevo no va a empeorar, y quién sabe si en un futuro encuentran en mis citosinas algo de valor. Aunque bien pensado, ¿y si me hago con una mascota?         

No hay comentarios:

Publicar un comentario