1. Puri
Así, sin más que añadir,
Puri. Porque nada ha de añadirse al nombre cuando las cuatro letras señalan los
puntos cardinales de la poseedora. Y cuando digo poseedora estoy incurriendo en
un acto de proclama no demasiado acorde con su carácter. Ella, cuyo primer apellido
debería ser generosidad, desconoce el sentido estricto del egoísmo más allá de
los valores que el corazón bombea. Y lo hace desde el púlpito de la empatía que
consigue convertir en imán a todo recelo que ante ella se presente. Bastará
mirar por debajo de la línea de flotación de su flequillo para comprobar la
limpieza que transmite su mirada y dejarse llevar. Lo más probable será que el
viaje que te proponga circunvale cualquier cuneta en la que el temor quiera
hacerse mojón kilométrico. Nada le asusta y ante nada estará dispuesta a
rendirse quién sabe como nadie reinventarse. Irá de aquí para allá como torbellino
de ilusiones. Cambiará los perfiles del valle por las aguas tornasoladas de la
isla y en cualquiera de sus calas, en cualquiera de sus recovecos, dejará
constancia de su paso. Este cangrejo de julio sabe que nada hay peor que dejar
paso al pesimismo y sus pinzas tamborilean a modo de advertencia. No para anticipar agresiones de las que no sería
capaz; más bien para provocar en los ánimos aletargados el empuje que les lleve
a nuevos retos y horizontes. Supo ver que los sentidos necesitan cobijarse
cuando la tarde pide reposo y ella, comprensiva, se lo prestó. Golondrina
inquieta cuyos nidos deja debajo de los aleros cada verano a sabiendas de dónde
estar si el desánimo llamase a la puerta. Llegará el ocaso del día y se
aferrará al brazo de quien se sitúe a su lado para ascender al punto más alto
desde el que seguir contando estrellas. Pedirá deseos. Pero no los pedirá de un
modo egoísta, no. Será generosa para quien sea el encargado de proporcionar el
solaz a quienes quiere y con ello se sentirá pagada, reconfortada, feliz. Desde
siempre tuvo claro el lema de su existencia y por nada del mundo lo variará.
Callará para sí los agravios a la espera del remordimiento de quien pudo
provocarlos. Será comprensiva con el dolor que sienta quien reconozca, más
pronto que tarde, que nada merecía más que un achuchón cariñoso y un abrazo
sincero. Por eso, cada vez que los calendarios se agolpen a su puerta un doce
de julio, les abrirá sin distinción. No podría perdonarse que alguno de ellos
se sintiese menos querido. Sería superior a la dicha de cumplir un año más y no
se lo perdonaría a sí misma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario