jueves, 12 de julio de 2018


1.  Puri



Así, sin más que añadir, Puri. Porque nada ha de añadirse al nombre cuando las cuatro letras señalan los puntos cardinales de la poseedora. Y cuando digo poseedora estoy incurriendo en un acto de proclama no demasiado acorde con su carácter. Ella, cuyo primer apellido debería ser generosidad, desconoce el sentido estricto del egoísmo más allá de los valores que el corazón bombea. Y lo hace desde el púlpito de la empatía que consigue convertir en imán a todo recelo que ante ella se presente. Bastará mirar por debajo de la línea de flotación de su flequillo para comprobar la limpieza que transmite su mirada y dejarse llevar. Lo más probable será que el viaje que te proponga circunvale cualquier cuneta en la que el temor quiera hacerse mojón kilométrico. Nada le asusta y ante nada estará dispuesta a rendirse quién sabe como nadie reinventarse. Irá de aquí para allá como torbellino de ilusiones. Cambiará los perfiles del valle por las aguas tornasoladas de la isla y en cualquiera de sus calas, en cualquiera de sus recovecos, dejará constancia de su paso. Este cangrejo de julio sabe que nada hay peor que dejar paso al pesimismo y sus pinzas tamborilean a modo de advertencia. No  para anticipar agresiones de las que no sería capaz; más bien para provocar en los ánimos aletargados el empuje que les lleve a nuevos retos y horizontes. Supo ver que los sentidos necesitan cobijarse cuando la tarde pide reposo y ella, comprensiva, se lo prestó. Golondrina inquieta cuyos nidos deja debajo de los aleros cada verano a sabiendas de dónde estar si el desánimo llamase a la puerta. Llegará el ocaso del día y se aferrará al brazo de quien se sitúe a su lado para ascender al punto más alto desde el que seguir contando estrellas. Pedirá deseos. Pero no los pedirá de un modo egoísta, no. Será generosa para quien sea el encargado de proporcionar el solaz a quienes quiere y con ello se sentirá pagada, reconfortada, feliz. Desde siempre tuvo claro el lema de su existencia y por nada del mundo lo variará. Callará para sí los agravios a la espera del remordimiento de quien pudo provocarlos. Será comprensiva con el dolor que sienta quien reconozca, más pronto que tarde, que nada merecía más que un achuchón cariñoso y un abrazo sincero. Por eso, cada vez que los calendarios se agolpen a su puerta un doce de julio, les abrirá sin distinción. No podría perdonarse que alguno de ellos se sintiese menos querido. Sería superior a la dicha de cumplir un año más y no se lo perdonaría a sí misma.  

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