lunes, 2 de julio de 2018


Nuevo adiós, esta vez, a Rusia



Aquellos que llevamos ya unas cuantas décadas viendo y a veces, disfrutando del fútbol, nunca nos acostumbramos a la derrota. La consideramos como invitada innecesaria a la que nadie dio paso y cuando se hace sentir nos deja de nuevo el regusto avinagrado. Comienza el torneo de turno y en aras a la euforia que se esconde tras una bandera y unos colores te sientes el dueño del rectángulo, el invencible número doce, el elegido para la gloria. Haces como que no ves las carencias y echas mano de aquellos precedentes creyendo que nada ha cambiado salvo a mejor. Y así, como quien no quiere la cosa, el desarrollo de los acontecimientos te va dando guantazos para que despiertes. Empiezas a comprender que aquel equipazo blaugrana que tanto enamoraba era el mismo que le daba consistencia y sentido a la selección. Un eje vertebral en el que Pujol ejercía de líder, Casillas se mostraba invulnerable, Xavi e Iniesta manejaban a su antojo los tiempos, Busquets borraba del campo los mínimos desaciertos se acompañaban de un estilete llamado Torres o llamado Villa. Y todo desde el conocimiento que mostró Luis Aragonés al que no le dolieron prendas en llevarse de encima a Raúl. Un estilo de juego asumido desde la inteligencia de saber dónde estaba el auténtico fútbol que la generación presente exhibía. Quizá también la suerte quiso sumarse al éxito y entre unos y otros tendieron un sueño impensable años atrás. La furia quedaba como el último recurso de aquellos que no podía aportar nada más. De modo que gozamos de unos triunfos más que merecidos. Y nos acostumbramos ciegamente a ellos. Sí, ciegamente, al no ver que los relevos no eran acordes a aquellos que la edad relegaba. Se perdió el estilo, o lo que es peor aún, se intentó mantener un estilo sin la clase suficiente, sin el convencimiento pleno, sin la base de una cantera que a duras penas subsiste viendo pasar contratos multimillonarios que diluyen sus posibilidades. Por lo tanto, lo mejor será, dejarse llevar. No encaramarse al balcón de las decepciones y reconocer que cualquier empresa, incluso la futbolística, si carece de líder y menguada está de talentos como aquellos que gloria alcanzaron, será la mejor opción. Vivimos unos éxitos que pocos sospechamos en nuestros años infantiles y deben quedar como los momentos gloriosos que recompensaron a los fabricantes de una forma de jugar. Empeñarse en lo contrario nos abocará de nuevo a la decepción. Y si se trata de decepciones, reconozcámoslo, la vida misma ya nos aporta demasiadas. A nada que nos descuidemos, el circo del balompié, volverá a levantar su carpa y el espectáculo continuará. Siempre podremos sacar pecho de haber sido testigos de una época irrepetible.

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