1. Macarena
No tengo más referencia de
ella que la que ella misma me dijo al preguntarle por su nombre. Enfundada en
un uniforme negro sobre el que resaltaban albas líneas publicitarias se me
encaró con una viveza de ojos. No sabría asegurar si marrones aceitunados o
verdes topacio eran los colores que miraban fijamente a modo de reto y urgencia.
El pelo cardado recogido sobre un moño como queriendo dejar paso a la brisa que
de los rincones llegaba. Tripulante a babor y a estribor en un incesante
trasiego sobre el puente de mando en el que las encomiendas se agolpaban. Y
ella, Macarena, directa preguntando. Preguntas a las que como buena samaritana enmarcaba
respuestas lupuladas a modo de justificación ante la cicatería de la oferta.
Cuestión de exclusividades a las que supo vestir de conveniencias y
convencimiento. Y mientras, su incesante sonrisa salpicando de aquí para allá a
los náufragos de la calima térrea. Acepté su oferta creyéndome dueño de mis
decisiones sin querer reconocer que era ella la que manejaba a su antojo los
deseos ajenos. Bogaba de aquí para allá atisbando requerimientos y sabiendo que
las premuras buscaban remedios no solicitados. Era y es el remanso de la cala a
la que aproximarse cuando las fuerzas flaquean y tu propio ser se mueve en el
pairo más desangelado. Luce, como no podría ser de otro modo, la estrella que
orienta en mitad de la mañana y sigue pensando qué mérito ha contraído para ser
merecedora de tal diseño. No sé, ni creo que sea necesario saber, si su nombre
sobrevino tras la reiteración sonora que tantas y tantas veces fue escuchada.
No sé, ni es necesario buscar coincidencias, si la transmutación de letras que el
apellido del almirante expone, la llevaron al puesto que ocupa, rige, ordena y
salvaguarda. Da lo mismo. Lo único cierto es que aquellos que tengáis curiosidad
por el más hermoso de los mercados podréis comprobar si exagero. Acercaos, usad
las perchas, despojad vuestras manos y estad atentos. Por barlovento veréis que
se aproxima y a nada que os descuidéis habréis caído en las redes de su
encanto. Puede que incluso agradezcáis el tiempo de demora que os permita
disfrutar más de su enorme simpatía. No sé porqué me acaba de aterrizar un
verso de la canción que le da nombre y empiezo a sospechar que fue ella quien
la inspiró. Cualquier día de estos regresaré ondeando a modo de bandera blanca
este retrato. Ardo en deseos de conocer su reacción mientras vuelvo a pedir la
cerveza de costumbre.
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